Opinión | NOVATERRA, VIAJE A LA DIGNIDAD

El laberinto de la agricultura europea

Tractores delante del Ministerio de Agricultura durante una tractorada convocada por la Unión de Uniones de Agricultores y Ganaderos, en Madrid

Tractores delante del Ministerio de Agricultura durante una tractorada convocada por la Unión de Uniones de Agricultores y Ganaderos, en Madrid / Fernando Sánchez - Europa Press

Escribo desde el punto de vista de un agricultor que ha vivido en su familia, desde siempre, de la agricultura. La actual situación por la que atraviesa este crucial sector económico, del que tenemos noticias de protestas a diario en los medios de comunicación, hace necesaria una reflexión serena. Estoy convencido que el comercio internacional, en su justa medida, es bueno para el agricultor porque permite producir más y vender sus productos a otros países, generar riqueza y mejorar tu economía. Para un comerciante o un consumidor le permite acceder a productos de otros países que enriquecen sus negocios y su dieta. La combinación local-nacional-exportación fortalece al productor local y la ciudadanía obtiene seguridad y soberanía alimentaria.

El problema surge cuando se deja todo en manos del mercado y se desregula o se deja llevar por intereses comerciales o geopolíticos. Padece el sector agrícola por estos motivos, así como por priorizar o bonificar productos producidos en otros países y que no hayan de cumplir con la misma normativa que los originados en los países de la Unión Europea (UE). Las estrictas, en demasiadas ocasiones, normativas comunitarias tienen un efecto contrario al previsto, crean una estructura burocrática asfixiante para los pequeños y medianos productores y les hacen demasiado dependientes de las ayudas que emanan de la Política Agraria Común (PAC).

Lo que provoca que solo los grandes productores, que expolian selvas y terrenos en otros continentes y a quienes no les afectan las restricciones europeas, puedan superar esas barreras y, de paso, ganar mucho dinero. Normas como «de la granja a la mesa» parecen estar bien pensadas y dirigidas a mejorar las condiciones de agricultores y consumidores. Sin embargo, esta medida se opone completamente a la otra «norma» de la UE: la de los grandes capitales que utilizan la agricultura europea como moneda de cambio para sus intereses «prioritarios» de comercio o geopolítica. De hecho, se importan productos extra europeos sin regulación ni control normativo como algunos pesticidas prohibidísimos en las fronteras de la UE. Lo que puede causar la entrada de plagas y enfermedades, incluso para personas, simplemente porque no se controla suficientemente; al contrario de lo que sucede cuando productos españoles cruzan otras fronteras. En ese aspecto nuestros gobernantes, actuales y anteriores, no han sabido o querido defender este sector y ahora se encuentran con las consecuencias más negativas.

Desde la Fundación Novaterra queremos poner el foco en las personas. Y la estrategia de bajar los precios artificialmente, o con importaciones muy baratas de dudosa calidad a costa de sacrificar tus propios productos para que la bolsa de la compra no impacte demasiado en los salarios, fuerza al sector agrícola a trabajar a pérdidas y a degradar el trabajo en la agricultura. Una situación que impacta negativamente en las condiciones de trabajo, baja el nivel formativo y, muchas veces, son la fuerza laboral de otros países quienes se sienten oprimidos por un sistema financiero y comercial que solo les ofrece un empleo precario o de subsistencia.

El producto autóctono o de proximidad no tiene porqué costar más dinero que otro lejano. Se deben crear las condiciones para que los agricultores, pequeños propietarios de parcelas de tierra o solo trabajadores, tengan unas condiciones laborales y un sueldo dignos. Es necesario que el precio de producción lo fije el productor y que, posteriormente, cada eslabón de la cadena gane su parte, pero solo su parte. No olvidemos, sin embargo, que a medio y largo plazo los consumidores tienen en sus manos mucho más poder del que creen para cambiar estas políticas. Porque cuando se consume, se vota.

Los dos cánceres de la agricultura europea (o mundial) han sido y son, por un lado, los intermediarios/operadores que se benefician de la precariedad del tejido empresarial del sector, y se llevan unos beneficios obscenos. Y, por el otro lado como complemento del primero, una política blanda e insensible a las necesidades y reglas básicas de mercado, burócratas a sueldo arrodillados al servicio de grandes fondos de inversión internacionales a los que nada les importa la ciudadanía ni la sostenibilidad, solo los beneficios a corto plazo. Estamos, pues, ante un laberinto difícil de remediar, aunque no imposible. Asistimos a una especie de «revuelta de primavera» de la agricultura en la que nunca se habían dado condiciones como las actuales de contestación frente a los poderosos y reclamación de justicia. Nos jugamos mucho en este envite, no solo precios sino la soberanía alimentaria de muchos países y su manutención en condiciones de igualdad que son las que aplicamos en nuestra iniciativa Novaterra Catering, por ejemplo. Esperemos que, al finalizar las protestas, no nos engañen con promesas del presente que no cambien nada a futuro para que no se desequilibre su «balanza de dividendos».