Opinión | tribuna

"La izquierda no es ‘woke’"

Susan Neiman es una filósofa norteamericana que dirige el Einstein Forum en la ciudad alemana de Postdam. Educada con John Rawls y Stanley Cavell, profesora en diversas universidades, escribe en los principales diarios alemanes y en celebradas revistas americanas. Autora de El mal en el pensamiento moderno, Neiman defiende que el mal permite explicar mejor la historia de la filosofía que las aspiraciones específicas del conocimiento. Para ella, dos hechos, el terremoto de Lisboa y el Holocausto, son las experiencias del mal que están en el origen de los dos grandes movimientos filosóficos, la Ilustración histórica y la actual, que podemos llamar Ilustración reflexivamente mejorada, consciente de sus dificultades.

Recordar a esta autora viene a cuento porque Neiman acaba de editar La izquierda no es ‘woke’, y porque ha sido invitada por la Universidad Diego Portales de Chile para dar conferencias, mantener conversaciones y discusiones con diferentes actores académicos, entre ellos el propio rector de esa Universidad, Carlos Peña, conocido en España por sus intervenciones en prensa y por sus libros. Mis amigos de Santiago me han mandado los enlaces a estas actividades y creo que merece la pena reseñarlas en la actual coyuntura española y europea.

‘Woke’ es una palabra de difícil traducción. «Alerta», «atento», «no pasar una», connota la idea de vigía normativo, de centinela permanente. Yo prefiero decir que la izquierda no es fundamentalista. Neiman lo explica como un conflicto entre emociones e ideas. Por una parte, las emociones nos ponen del lado de los que no tienen garantizados derechos humanos fundamentales. Pero cada derecho fundamental tiene algo de valor absoluto y por eso las emociones se refractan. Identidad, vivienda, educación, sanidad, autodeterminación, medio ambiente. Eso inclina a la izquierda a ser un conjunto de sindicatos de agraviados, de corporaciones de oprimidos. Cada una hace de su batalla concreta el fundamento de la emancipación.

Así, Neiman habla del tribalismo de la izquierda. Cada una de esas tribus tiene el corazón en la dirección adecuada. Sin embargo, ideas que arropan estas emociones absolutas traicionan ese corazón. La idea importante es acerca de la naturaleza del poder público. Se considera que este poder es malo si no se identifica con su interpretación de alguno de esos derechos fundamentales. El poder público debe tener dispuesto su corazón para atender esas reivindicaciones parciales, pero de forma absoluta. Y esa es una idea falsa. Lo que debe lograr el poder público es que la ciudadanía disponga de medios para interpretar y ejercer esos derechos.

La izquierda no puede ni debe interpretar materialmente cómo se deben realizar esos derechos. Sobre todo, no puede confundir determinadas campañas instrumentales con la garantía de esos derechos fundamentales. Frente a las exigencias de hablar con el genérico femenino como avance en la lucha contra el machismo, Neiman recuerda que en algunos idiomas de la India no existe el género, y sin embargo no hay lugar en la Tierra más peligroso para la mujer. Frente a estos dudosos caminos, la izquierda debe garantizar que la ciudadanía goce de la autonomía suficiente de medios para realizar su proyecto de vida sin tener que avergonzarse de sus diferencias.

Por su parte, el rector Carlos Peña, en su ordenada intervención, recordó que el problema de lo woke es la ruptura de la temporalidad. En realidad, es así por la dimensión profética absoluta con que el woke plantea su batalla. Si no se atiende un valor absoluto, vence el mal absoluto. Pero el mal absoluto no admite grados ni tiempos. Debe sencillamente desaparecer. Quien no se empeñe en esta batalla es un cooperante, participa de ese mal. Puede ser un buen profesional, un buen padre o madre, buen artista, buen científico, pero no puede ser respetado porque, respecto del valor absoluto, está por completo en el lado equivocado.

La izquierda alcanza su mejor idea cuando entiende que calmar su corazón conmovido pasa por comprender la dimensión universal del poder público. Este no puede atender valores materiales absolutos, sino procurar que cada persona goce de la autonomía suficiente para realizar su proyecto de felicidad. Esto no puede hacerse al margen de disponer de una proporción entre el tiempo de deber y el tiempo de poder. Este es el derecho humano fundamental, porque encierra la posibilidad de cumplir todos los demás. Sin garantizar ese derecho, los demás son palabrería. No defendemos el medio ambiente por la sacralidad del medio ambiente. Lo hacemos porque, con el cambio climático, infinitas personas van a perder sus medios de autonomía. No defendemos a las personas queer porque su forma de ser felices sea un valor absoluto, sino porque negarle su derecho a su proyecto de felicidad elimina su autonomía.

Al final Neiman recuerda que la diferencia entre los liberales y la izquierda se reduce a esto: la autonomía para los liberales no es un derecho. Es consecuencia de las competencias que hayan alcanzado las personas. Todas tienen los mismos derechos, pero unas tienen más competencias que otras, decía Juan Ramón Rallo hace unos días en su blog. Claro, las competencias se las gana uno en el libre juego del mercado. La izquierda dice que la autonomía no es resultado de este juego, sino el derecho fundamental del ser humano a no ser desdichado, oprimido, violentado y a vivir con dignidad. Esta no se gana. Se tiene. Respetarla es la aspiración del poder público de la izquierda, y ahí ancla su sentido de la responsabilidad. La izquierda no es fundamentalista. Es democrática, universalista y aspira a ser justa.