Opinión | Punto y aparte

El '¡haz la cola!' que nos iguala a todos

Zaplana ha vivido en sus propias carnes uno de los principales acelerantes de la ira en el día a día más común y vulgar: que alguien no respete la cola. En el banco, en el supermercado, en la verdulería o cuando esperamos justicia. Todos tenemos nuestro turno.

Momento del encontronazo entre Zaplana y la mujer anónima.

Momento del encontronazo entre Zaplana y la mujer anónima. / Levante-EMV

Situaciones que nos dan rabia en la vida las hay a puñados pero, sin duda, una que no abandona jamás los primeros lugares del ránking de acelerantes de la ira es que alguien se te cuele en la cola. En cualquier cola. Y en cualquier momento y lugar. Tu estabas ahí, antes, esperando pacientemente tu turno en una ceremonia colectiva y ancestral de respeto al orden de llegada y, de repente, aparece otro individuo que, sin pedir permiso ni perdón, te adelanta por la banda y marca gol. En el banco -'es una consulta sencilla'-, en la verdulería -'¿me pesas estas cebollas?', en la caja del supermercado -'solo llevo tres cosas' o en la vida en general, la gente se cuela y, aceptémoslo, quienes huimos del conflicto directo lo aceptamos. Con resignación y con una ira huracanada que convierte en cenizas nuestra reprimida garganta, pero lo aceptamos. Por eso, cuando alguien pone límites y no suelta un tímido 'hey, hey, que estoy aquí' y vocifera: '¡haz la cola!', no podemos, cuanto menos, que ponernos a sus pies. Cuanto menos.

Esta mañana, alguien le puesto el pie en la puerta a quien fuera todo un Molt Honorable President de la Generalitat Valenciana y ministro del Gobierno de España cuando, rodeado de un enjambre de compañeros y compañeras periodistas, entraba en la Ciudad de la Justicia para defenderse del sinfín de acusaciones que atesora por el caso Erial. Eduardo Zaplana, símbolo de tantas cosas -una época, un gobierno, una manera de hacer, de corromper...- pensaba, quizás, que su primer calvario de la mañana sería únicamente atravesar las siempre incómodas preguntas de los medios de comunicación. Luego, la declaración ante el juez tras seis años de proceso. Y ya. Primer round superado.

Pero no. No iba a ser tan fácil y alguien le iba a recordar que hay momentos, y no es solo en la muerte, en que todos somos iguales. En la puerta acristalada de los juzgados, le esperaba... ella. Una mujer -sí, mujer, y además racializada- que viendo el panorama que se le aproximaba decidía falcar su cadera mientras clamaba a los cuatro vientos que no, que no iba a pasar ni por delante, ni por encima encima, ni sobre ella. Que es mucho decir. Cualquier otra persona que hubiera conocido al personaje público, sin duda se hubiera apartado. Y quizás es lo que Zaplana también esperaba. Una entrada mediática, sin discreciones y con atenciones. Como ha sido siempre. Esté uno al lado correcto o no de la ley, lo importante no es la ley, sino los privilegios.

'¡No, no, no, no. Ni te acerques!', le grita ella, absolutamente posicionada ante la evidente posibilidad de un privilegio en ciernes. '¡Que haga la cola', exige en voz alta y, ya directamente, al exministro: '¡haz la cola!'. Hasta cuatro veces le recuerda a Zaplana que hay un orden establecido antes de que él llegara y que las cosas se hacen de una determinada manera para que todos tengan los mismos derechos, en un sistema de respeto mutuo. Pero desconfía, y con razón. El señor lleva traje y ella está de plantón 'desde muy temprano' porque tenía cita a las 9.30 y está esperando desde entonces, 'y viene este hombre con la cara dura, aquí con las cámaras. ¡No!'. De alfombra roja a alfombrilla de baño. Sea como fuere, lo que ella tenía claro es que ese señor no se merecía un trato diferente al que ella estaba recibiendo. O todos moros o todos cristianos. 'Hágame fotos a mi también. Ponte detrás de mí'.

Pero la realidad es la que es. No sabemos porqué estaba esperando ella tanto tiempo en la puerta de la Ciudad de la Justicia y si esa espera estaba motivada o no. Lo que sí sabemos es que, al final, él pasa por delante. Quizás le tocaba, quizás en el fondo estaba antes. El guardia civil de la puerta recibe órdenes de permitirle el acceso y, entre gritos de 'descarao', el señor con traje entra en el complejo donde se imparte justicia y ella, como en la cola del supermercado, se tendrá que conformar. Total, eran tres cosas de nada.