Opinión
Fallas: La vergüenza de mear sobre el patrimonio nacional
Declaremos la guerra al guarro, por favor. Gritémosle. No enterremos el hacha de guerra ni hagamos como si esto no nos afectara. Porque importa. El futuro de nuestra fiesta y de nuestro legado está en juego.
Hace justo un año, al acabar el ejercicio fallero de 2023, escribí un artículo en el que planteaba si sería posible continuar haciendo fallas en la ciudad de València. El estado lamentable en el que había quedado la capital valenciana tras cinco días de fiesta desatada y el grave peligro que miles de personas habían corrido a causa de unas aglomeraciones que bordearon el delirio colectivo me llevaron a cuestionaren en el periódico si este era el camino que queríamos seguir y el debate duró varios días. Ver nuestras jardineras repletas de botellas y vasos de plástico y no de flores; ver nuestros patios de acceso a casa convertidos en asquerosos vomitoriums, uno sí y otro también, o ver nuestro mobiliario urbano reventado a patadas o quemado no solo no es un plato de buen gusto para nadie sino que resucita la eterna y dolorosa pregunta existencial del pueblo valenciano: ¿en serio valemos tan poco, vale tan poco lo nuestro, lo que somos y tenemos como para permitir esto?
El año pasado, fuimos víctimas de un calendario despiadado que permitió a decenas de miles de personas desembarcar en una ciudad que no estaba preparada, como así se pudo ver, para absorber esa ingente cantidad de seres humanos en sus calles y plazas. Hasta 175.000 personas se dieron cita en la mascletà del día 17. Este año, el capricho del año bisiesto ha desplazado San José hasta el martes lo que reduce el fin de semana gordo y turístico por excelencia al fin de semana de los días 16 y 17 de marzo. Nos encontramos, por tanto, ante unas fallas mayoritariamente valencianas, con gente que vendrá de fuera dos días pero con un público del terreno, lugareños, habitantes de la city y gent d'ací. Lo digo por lo siguiente: solo ha hecho falta una noche de verbenas para que se haya visto la peor cara de nuestra falta de autoestima. Decenas y decenas de hombres orinando sobre las paredes de la iglesia de los Santos Juanes, en proceso de restauración por la Fundación Hortensia Herrero, o de la Lonja, todo un Patrimonio de la Humanidad, como si del retrete de marca Roca de su casa se tratara. Que ellos sean unos incívicos, unos bárbaros y unos incultos no les exime de poder ser vigilados y posteriormente sancionados por la Policía Local como se merecen si esta ciudad fuera normal y no tan deprimentemente 'meninfot'. ¿Tanto costaba blindar y proteger antes nuestros monumentos más identitarios, más valiosos y de mayor reclamo turístico para evitar lo que se estaba anunciando durante semanas?
Sea como sea, la alcaldesa MªJosé Català ha reaccionado y ha anunciado sanciones de 750 euros y la protección con vallas de los lugares más emblemáticos de la ciudad esta misma tarde. Para eso hace falta más agentes y que estos tramiten recetas sin piedad al primer gorrino que ensucie con sus micciones indeseables aquello que nuestros ancestros, hace siglos, levantaron como pudieron, aun a coste de su vida. Pero también hace falta que los ciudadanos de a pie afeemos a estos cochinos su conducta si les pillamos con las manos en la masa. Un buen grito, un buen aspaviento, un buen insulto altera al incívico y relaja sobremanera y merecidamente al indignado observador. A mear, a su casa, esté donde esté esta, sea turista o valencià de socarrel. Declaremos la guerra al guarro, por favor. No enterremos el hacha de guerra ni hagamos como si esto no nos afectara. Porque importa. El futuro de nuestra fiesta y de nuestro legado está en juego. Y también, el respeto a nosotros mismos como ciudad.
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