Opinión | Viento albornés

El telón de arena

Seguimos metidos hasta las trancas en la llamada guerra de Ucrania y de nuevo ensimismados en la construcción de otro telón de acero con la Federación Rusa y mantenemos desde hace ocho décadas la brutal tela de araña palestino-israelí, mientras pasamos de puntillas por el telón de arena de la franja del Sahel donde los terroristas islámicos se han posicionado, como rusos, chinos y estadounidenses, mientras Europa nada pinta y se consuela con las elecciones en Senegal o acuerdos con Mauritania. Así, el terrorismo migratorio está servido, con nuevos millones de desplazados, en modo Donald Trump.

Hemos citado alguna vez las certeras palabras del Comisario de exteriores de la UE, el socialista español Josep Borrell, cuando comparaba Europa con un jardín rodeado de selva, proponiendo una mayor acción de las instituciones y empresas europeas para salir de las propias fronteras interviniendo de forma positiva en el entorno selvático colindante, evitando que sea éste quien penetre en el delicado ajardinamiento de nuestras democracias veintisiete.

Pero del dicho al hecho hay un trecho y, tras la pandemia del virus corona, la crisis económica consiguiente, las dos grandes guerras abiertas e amenazando continuamente con una escalada global -con dimensiones que es mejor no describir- o la inflación atacando a las clases más desfavorecidas, parece una empresa, lograr ese desarrollo socioeconómico del Sur Mediterráneo occidental, hoy por hoy bastante compleja y difícil, especialmente en Libia.

En la escasa parte transcurrida de la década de los años veinte del presente siglo, encontramos cerca de una decena de golpes de estado y llegada de juntas militares o peor en muchas naciones del Sahel: dos en Burkina Faso (2020) o en Mali (2020-2021) y uno en Guinea Conakri (2021), Sudán (2021), Níger (2023) o Gabón (2023); siendo el último hace poco el que casi acabó en Senegal con lo más parecido a una democracia y la culminación de la salida del presidente francés Emmanuel Macron, pues mantenía su apoyo como antigua potencia colonial frente a las tropas yihadistas islámicas.

El error estratégico de abandonar la responsabilidad sobre todo el sur de la UE en la pacificación del territorio e ir dejando a Francia, única potencia nuclear de los Veintisiete, en gran soledad, ha servido mucho a los enemigos de la jardinería, como la reciente salida de las bases de EEUU en Níger, que ahora obliga a los estadounidenses a vigilar con drones, e mercenarios, desde el Atlántico (Ghana, Costa de Marfil y Benín o el socio marroquí) el avance hacia la zona de los islamistas armados procedentes de Níger, Mali y Burkina Faso.

No es exagerado hablar de terrorismo migratorio cuando Finlandia se ha visto obligada a ir cerrando paulatinamente su frontera con Rusia para evitar la llegada de migrantes de Siria y de oriente medio a través de la ruta rusa. Pero el verdadero terrorismo planeado ya está en casa, pues el fascismo interno, siempre con la bandera del distinto como chivo expiatorio de no se sabe qué, es ya mucho más peligroso para Europa que la selva que nos rodea, y la fauna autóctona nacida es de una barbarie mayor que cualquiera importada desde países arrasados.

Tampoco debiéramos tolerar el asedio que sufren los regímenes civiles de la cuenca sur mediterránea, ya que sin ser democracias plenas aún, logran mantener a raya a las teocracias tipo Arabia Saudí o Irán que ya sabemos cómo se las gastan. Seguir con la deslocalización de toda nuestra producción hacia Asia y abandonar África es sin duda un error; al menos el ministro de exteriores español, José Manuel Albares, en la reunión de la OTAN celebrada en España insistió en la prioridad del concepto estratégico de «vecindad sur», reseñado en las conclusiones a petición hispana, con los países norteafricanos y de la franja del Sahel: ese telón de arena donde trafican con seres humanos que sirven de pretexto a la ultraderecha contra las libertades.