Opinión | Ttribuna

El Consell anti-Botànic

Pl Consell presidido por Mazón y que acoge a Vox en sus filas, por ahora bastante prietas, ya ha gobernado suficiente tiempo como para que podamos deducir su rasgo determinante, su eje vertebrador: podemos denominarle el Consell del Anti-Botànic. Aquí y allá va tomando decisiones, pronunciando anuncios, liberando exabruptos que siempre tienen como referencia desmontar lo construido. Mazón encuentra tiempo para imitar a Rajoy en algunas declaraciones bastante misteriosas, como una reciente en la que muestra su disgusto porque existe el fuego. Pero, espero, debe ser algún desajuste ideológico menor. O eso o es que su juego con la antimateria como filosofía política comienza a causar estragos.

Cualquier gobierno está permanentemente activo. Y hasta el reloj parado acierta la hora dos veces cada día. No me extraño, pues, cuando, a veces, estoy de acuerdo con medidas puntuales de este Consell. Pero eso es una cosa y otra que el hilo conductor, si hablamos de política estricta y no de mera administración, sea el rechazo, la enmienda a la totalidad al Botànic. Y no seré quien diga que los gobiernos del pacto de izquierdas fueron inerrantes. Pero lo que sí digo que si la justificación máxima de un Gobierno consiste en refutar al anterior, el futuro que nos espera es de muy poco aliento, muy provinciano, sectario y partidista: un traje que siempre vendrá grande a sus ocupantes. La prueba la tenemos en las «leyes de impugnación» propuestas por VoxPP esta semana, con el común denominador de afectar a la calidad y a las fuentes de legitimación democrática.

No me detendré en detallar lo que considero errores. Entre otras cosas porque concedo de buen grado a una nueva mayoría parlamentaria su derecho a deshacer lo que hizo la anterior. Lo grave, aquí, no es la dimensión jurídica concreta de cada cambio – alguno muy preocupante-, sino el momento, la forma y los ya evidentes resultados. Lo primero que avisa de sus intenciones es la agrupación de estas materias en un bloque que devalúa la idea de dignificar la política, que fue uno de los ejes del Botànic. Porque se pretende diluir el debate, confundir a la opinión pública y, en conjunto, menospreciar aspectos esenciales del principio democrático rectamente entendido. El PP podría hacer suyos estos argumentos y, quizá, ello no hubiera supuesto una grieta insalvable con Vox. Me atrevería a decir que al PP no le vendría mal no alentar más tensiones sobre cuestiones relativas a la memoria histórica, a la transparencia, a los equilibrios lingüísticos o a la prevención y lucha contra la corrupción. Cuando se pone en evidencia en estas materias se aleja de la racionalidad política. Es como si todas esas materias debieran ser cambiadas sólo o principalmente porque el Botànic las abordó, poniendo al PP frente a un espejo al que no pudo sustraer su mirada. Y lo que vio no le gustó. Se trata de romper el espejo.

No creo que controlen la agenda con eficiencia –estas personas, a base de pregonar su experiencia, están siendo, para algunas cosas, algo ingenuos-, pues nada es más entretenido que la coincidencia de tales cuestiones con el juicio de Zaplana. Y eso no puede dejar de perturbar a Mazón. Mazón, recordémoslo, en su dilatada carrera política, ha tenido muchos beneficios, pero si tiene que definir su oficio ya lo tiene más difícil. Y eso que la derecha presume, día sí, día también, de aplicar a la cosa pública el esfuerzo personal. Ellos son los que suben las persianas. No sé yo si Mazón ha subido o bajado muchas persianas, pero no me da esa impresión. Por eso brilla con más fulgor su dependencia histórica del estilo, consejo y sombra de Eduardo Zaplana. ¿Hay que recordárselo cada jornada? Sí, si se empeña en jalonar sus jornadas de recortes a cautelas democráticas mientras calla sobre el que le alumbró e impulsó como político. Mazón, en el debate, no ha dado más de sí que hacer un chusco y manido chiste, un juego de palabras sobre un dirigente del PSPV, lo que supone otro insulto a las víctimas de la dictadura.

Mal, pues, por recordar a nuestra Comunidad un pasado que aún puede avergonzar a muchos y mal por abrir la puerta a renacidas sospechas. Olvida Mazón que un objetivo del Botànic fue buscar la concordia entre los valencianos sobre su realidad política, estableciendo mecanismos y definiendo principios para que el buen gobierno y la integridad fueran señas de identidad más sólidas que la folklorizante visión que habían arrastrado las gentes de su partido. Más le valiera, pues, ser cauto. Aunque nos quiera privar de memoria colectiva antifranquista, nos quedará el recurso del recuerdo sobre las sinvergonzonerías del PP. Decir recuerdos es mala cosa si se encamina por la senda de la pura nostalgia; no si lo hace para tratar de evitar malos frutos de malas siembras.

¿De verdad le conviene a este Consell y a su mayoría parlamentaria centrar su discurso en estas cuestiones de principios con las tensiones eléctricas que atraviesan de arriba abajo nuestras sociedades? El primer resultado ya lo estamos viendo: si bien las izquierdas no han encontrado aún el punto de inflexión para su recuperación activa, la desconfianza en el Consell y en su President emerge aquí y allá. Eso no le pasó a Botànic, que fue mucho más cauto y templado –y transparente- para ir desarrollando su programa legislativo. Mazón debería, pues, aprender del Botànic. Para no tensionar la sociedad, como ya lo está haciendo. ¿De verdad teníamos problemas con la apreciación de la memoria histórica o con la legislación de transparencia y antifraude?, ¿no se había llegado a puntos de coincidencia suficientes en materia educativa? No pido unanimidades. En la democracia el pluralismo –lo dice la Constitución- es consustancial a su esencia. Lo que digo es que después del nerviosismo provocado por los gobiernos Zaplana-Camps y sus cortes de los milagros, con el precio de la caída de la reputación de la Comunidad Valenciana, y los fallidos intentos de un Fabra desbordado por el propio PP, el Botànic fue el bálsamo que pacificó suficientemente la Comunidad y rescató su buen nombre. Eso, al parecer, es lo que más molesta ahora a Mazón. ¿Está seguro de que es una buena estrategia la que se inspira en el resentimiento? Inteligente no parece. Decente, desde luego, no lo es.