Opinión

Mónica Oltra: Justicia y libertad

Quizá convenga precisar que en la vida y en la política vengo coincidiendo con Mónica Oltra más de treinta años. A veces hemos discrepado, casi siempre hemos coincidido en el fondo de las cuestiones. Pero siempre he admirado en ella el fuego de sus convicciones, la perdurabilidad de sus compromisos, su valor radical frente a la injusticia. Todo eso no se vive, no se traslada a la acción política sin pagar precios; alguna vez, acabamos de verlo, terribles. En realidad, la filosofía política y el Derecho carecen de palabras adecuadas para describir la clase de padecimiento que Mónica ha sufrido y las posibilidades (?) de ser resarcida. No sirven ni los atajos ni las soluciones fáciles.

        Debo contar algo. Cuando el vendaval de mordiscos de la ultraderecha se había levantado contra Mónica, cené con ella en la fiesta de cumpleaños de un amigo común. En aquel ambiente distendido y ante varias personas de máxima confianza, me preguntó mi opinión sobre su hipotética dimisión en el caso de ser investigada formalmente. Me mostré reacio a responder pero insistió. Le contesté que sí, que creía que, llegado ese caso, debería dimitir. Y le aclaré que no por razones morales, jurídicas ni institucionales: para mí estaba más allá de toda duda su inocencia. Mi opinión se sustentaba en la necesidad de que se resguardara y, con ella, a su familia. Si era investigada su capacidad política se vería inmediatamente coartada mientras que la presión y los insultos se intensificarían, con poca posibilidad de defensa eficaz. Una dimisión temprana, en todo caso, posibilitaba un regreso mejor una vez establecida la inocencia. Sospecho que no me hizo mucho caso. Pero en esta fase final, con las injurias a la razón y al espíritu democrático servidas por una derecha, que nunca perdonó a Mónica ser el “pal de paller” de una nueva cultura democrática, que unificara el discurso de las izquierdas, que sacara de las instituciones la basura que el PP había acumulado, este tiempo final, digo, ya tenía los contornos astillados, los tiempos rotos, los razonamientos quebrados. Sea como fuera, por todo ello, mi alegría ahora es mayor. (Ya ves, Mónica, al final no todo es “un desastre”).

        Es una alegría que ha recorrido muchas redacciones, gabinetes, redes sociales y que, lo he visto en directo estos días, ha hecho renacer algunas esperanzas en gentes que empiezan a no soportar la niebla gris en que la política se va convirtiendo, la confusión entre rendición y concordia. Es verdad que ha habido voces chirriantes, confusiones imprudentes, contradicciones flagrantes. Carguemos todo ello a esa ilusión recobrada. Con que Mónica haya conseguido eso ya habría sumado otra victoria, otro triunfo a su meritoria carrera (de obstáculos) política.

        Pero esa merecida alegría, unida inevitablemente a la admiración, requiere que, ante todo, Mónica Oltra sea considerada persona y no una suerte de recortable bidimensional para colocar en cualquier lugar del escenario. La tridimensionalidad, lo que dará profundidad moral a sus acciones y a su sufrimiento, será algo que quizá se esté olvidando: con su declaración de inocencia se abre la recuperación integral de la libertad, de un tiempo no sujeto cada instante a la posible perspectiva del castigo. Por más que Mónica haya meditado sobre ello durante larguísimos meses, sólo ahora, supongo, podrá establecer otras perspectivas. Atribuirle reacciones, trayectorias futuras, antes, incluso, de que ella haya opinado, no me parece que sea lo que Mónica necesita, ni el adecuado homenaje. Y en esta afirmación incluyo la idea de que ella debe administrar el tiempo para lo que esté por venir. Lo que no me parece ética ni políticamente de recibo es hacer recaer retrospectivamente en Mónica errores que se cometieron tras su marcha ni, mucho menos, esperar de una suerte de poder taumatúrgico, enderezar rumbos que se han torcido por la impericia de algunos y no por la mera ausencia de Oltra. En todo caso el futuro, con Mónica en un sitio u otro, deberá ser elaborado colectivamente.

        Lo que hay que hacer es aprender la lección de Mónica Oltra: de la entrega cotidiana, de la apreciación de las fisuras y puntos débiles del contrario. Y también de la evaluación de lo cambiante de las épocas que, entre otras cosas, ha alterado el significado de los liderazgos. Pero no es casualidad el furor en las filas de las derechas. Desde que es Presidente, nunca me ha parecido menos honorable y sí más mezquino y cobarde Mazón, que se ha atrevido, tras la resolución judicial a seguir atacando a Mónica Oltra. Empeñado está en seguir con la matraca de los manipuladores turbios y afascistados y herir, golpear, escupir sobre una trayectoria limpia aunque incómoda para él y lo que representa. Mazón teme a Oltra. Ese temor se volverá contra él si la capacidad de Mónica es entendida y copiada, por cada cual según sus capacidades y sus necesidades, por todo Compromis y toda la izquierda valenciana. Mazón se ha desnudado con estos improperios: ¡qué mal le sienta el papel de maestrito zarzuelero de moral! Ni su cultura ni su trayectoria dan para eso.

        (No sería justo que acabara este artículo sin mencionar y felicitar también a las otras personas que han sido investigadas y que han tenido que padecer manipulaciones. Muchos entenderán que personalice esa felicitación solidaria en el benvolgut company Miquel Real).