Opinión | Crónicas de la incultura

Algo se mueve

El impacto de una propuesta cultural no es como el de un modelo de automóvil o como el de un nuevo perfume. Estos últimos son bienes de consumo y es posible pronosticar pormenorizadamente cómo crecerán, dónde lo harán, a qué tipos de cliente van dirigidos y, a partir de ahí, qué beneficio se espera que generen. Por el contrario, los bienes culturales no son mercancías. Se trata de creaciones de los seres humanos cuya aparición siempre resulta un tanto inopinada y ante las cuales no cabe el pronóstico prospectivo, sino la explicación retrospectiva.

Lo anterior viene a cuento del éxito que ha tenido el estreno de una película documental dirigida por José Luis López-Linares, el pasado 12 de abril en muchas ciudades españolas de manera simultánea: Hispanoamérica, canto de vida y esperanza . En realidad no habría que sorprenderse, viene a ser la continuación de España, la primera globalización, otro documental del mismo director que se estrenó en 2021 y que vieron 70.000 espectadores en salas y 1,2 millones en la televisión.

No voy a enjuiciar aquí la excelente labor del director, algo que corresponde a la crítica de cine. Lo que me interesa es comprender las razones del impacto avasallador que han tenido ambas cintas. Porque salta a la vista que su tema es España y la Hispanidad, un leitmotiv que había llegado a convertirse en un tabú cultural. Sí, sí, ya sabemos que el rey Felipe VI –que por cierto asistió al estreno– suele mencionar ambos conceptos en sus discursos y que también lo hacen algunos políticos. Pero la verdad es que no quedaba bien. Se supone que España e Hispanidad son cosas de la derechona, empeñada en reivindicar a los curas y a la dictadura franquista con la matraca de la madre patria.

Lo primero que hay que decir es que los extranjeros flipan ante este panorama, ningún extranjero puede comprender esta actitud. Estamos hartos de ver a ciudadanos de EE. UU. entonando The Stars and Stripes Forever (Barras y estrellas) con lágrimas en los ojos y la mano derecha sobre el corazón. Cosas de los yanquis, dirán. Pues no. Que no les toquen la Marseillaise a los franceses, con el famoso arranque Allons enfants de la patrie! Los himnos nacionales tienen contenido político, pero ello no fue óbice para que los ciudadanos de la URSS cantasen emocionados el himno estatal de Aleksándrov, que vino a sustituir a la Internacional, en 1944, y que sus herederos, los ciudadanos de Rusia, sigan cantándolo tras unos retoques de la letra por su autor Mijalkov. En todos los países hay un himno nacional en el que los ciudadanos se reconocen y en el que abunda la palabra patria y sus versiones en las distintas lenguas. Salvo España, donde hablar de la patria queda mal, y el himno se cura en salud reducido a una melodía sin letra, a un puro leitmotiv. Lo más parecido a un himno vivo es nuestro ‘Per a ofrenar noves glòries a Espanya’, mira por dónde.

No esperen que este artículo se convierta en un alegato. Pero se impone alguna que otra reflexión. No deja de ser curioso que España sea un país más antiguo que Francia o Alemania y, por supuesto, mucho más que Rusia o los Estados Unidos.

También debería hacernos pensar el hecho de que los himnos y el correspondiente sentimiento patrio están muy vivos en las repúblicas hispanoamericanas, pero no en España, a la que los latinos suelen llamar la madre patria (con perdón).

La rareza histórica que estoy comentando tuvo un antecedente clarísimo en la generación de 1898. Bastó un desastre militar para que los intelectuales se alzaran contra los llamados politicastros y construyeran una ideología reivindicativa de los valores hispanos. Estaríamos ciegos si no viésemos que los mencionados documentales son la punta del iceberg de una revolución cultural (confiemos que no vaya más allá) que se propone poner remedio a los dislates de los politicastros de hogaño.