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En caso de duda, cierre todas las ventanas

En caso de duda, cierre todas las ventanas

Hablar de dos géneros tan aparentemente opuestos como son los aforismos (la máxima concentración), y la novela (la máxima dispersión), en una misma reseña y a propósito de un mismo autor, puede resultar arriesgado. Vamos a correr el riesgo.

Andrés Neuman acaba de publicar una nueva edición revisada de una de sus primeras y más singulares novelas, La vida en las ventanas. Neuman piensa que reescribir es la prolongación natural de escribir, como releer lo es de leer. De manera que la novela es la misma y no es la misma a la vez. Y al mismo tiempo publica en la estupenda colección de aforismos de Cuadernos del vigía un librito mínimo (disculpen la redundancia) de aforismos naturalmente (nueva redundancia, o redundancia al cubo), Caso de duda, donde podemos leer este aforismo: «Todos los personajes son el protagonista», que nos viene que ni pintado para hablar de la novela.

La vida en las ventanas ilustra en cierto modo la paradoja, o el aforismo, de Mcluhan, «el medio es el mensaje», es decir Windows (las ventanas), Net (la red), son los auténticos protagonistas de esta historia. Y de la historia en adelante. «Nos pasamos la vida informándonos sobre los asuntos más remotos que jamás nos habían interesado antes», dice Net. El hecho es que hasta nuestros deseos y obsesiones han empezado a ser virtuales. Net escribe a Marina, que naturalmente no contesta nunca, pero no porque no exista, eso no lo sabemos todavía, y ni siquiera es importante, sino porque no puede contestar para que prosiga el juego. Net tiene una madre con la que no se habla, un padre con el que no se habla, una hermana con la que no se habla, y un amigo que tiene un bar con el que sí se habla pero que es como si no se hablase ya que siempre está borracho, o algo peor. Así que Net sólo habla de verdad con Marina, que no le contesta, que es invisible, que es imposible, en definitiva, que no es. Pero hay también un personaje nebuloso al que Net recuerda de cuando en cuando con veneración, que sí escribió una auténtica y emocionante carta. Su abuelo José, cardiólogo y jugador de ajedrez. Net es un apodo, naturalmente, que debe a su adicción a Internet y al correo electrónico.

Otra frase tan reveladora como la anterior: «Quizá necesitemos concebir en las pantallas (ventanas) la perfección narrativa de la que nuestras vidas carecen». Net está tan solo que hasta se le escapa su soledad. Net está tan acostumbrado a la pantalla que ve el mundo real como si fuera virtual, y no a la inversa, como la mayoría de nosotros. Net es naturalmente noctámbulo. Net tiene insomnio. «Escribir es un remedio para combatir las pesadillas, pero no para acabar con el insomnio.» (Otro aforismo). Net habla de su infancia, infeliz naturalmente, de sus ligues, desastrosos naturalmente, de su familia, otro tanto, y naturalmente de lo que ve cuando se asoma a la ventana, a las ventanas. Net se aburre. A Net podríamos aplicarle otro de los aforismos de Caso de duda, uno de mis preferidos: «Es un vago incansable». Y sin duda este otro también: «El perseguido ansía ser alcanzado», pues aunque Net parezca a primera vista un perseguidor, siempre está huyendo de algo o de alguien.

Net escribe correos electrónicos para comunicarse con el mundo, pero el mundo no le contesta. Y cuando empezamos a pensar que ese era el argumento de la novela, la cosa empieza a complicarse. No estábamos más que en la apertura de la partida, ahora viene el desarrollo. «Existen dos maneras de jugar al ajedrez: con el máximo sentido común o con auténtica desesperación», había escrito en su carta el abuelo cardiólogo y ajedrecista. Son dos maneras incompatibles. Como sabe todo jugador, los sacrificios materiales pueden conceder ventajas posicionales. Pero cualquier movimiento inesperado del adversario puede cambiarlo todo y decidir la partida. Yo añadiría también que hay dos clases de ajedrecistas: los que se enrocan y los que no se enrocan. Neuman ha planteado una partida arriesgada y ha ganado. «Algo invisible me devora», escribe en su ciberlenguaje. Y añade: «Este pequeño libro es tu memoria». Y luego prosigue con sus confidencias. O se pone filosófico. «¿Debería seguir inventándome?» «A veces tengo la impresión de que no tengo vida», pero inmediatamente se burla de sí mismo. ¿Existe Marina de verdad? ¿Existió y el amor se apagó, al menos para una parte? Net seguramente diría aforísticamente: «El amor es entrópico. La soledad simétrica». Yo no sé si «todo matiz es concepto», otro estupendo aforismo de Caso de duda, pero sí sé que «el lenguaje es un problema plagado de soluciones», y que no todas las soluciones son igual de buenas. Una vez más la comparación con una partida de ajedrez es acertada. A veces, demasiadas veces, las soluciones complican las cosas.

La novela, amena, ágil, brillante, incluso hilarante en ocasiones, tiene más enjundia de la que parece a simple vista. El humor de Neuman, humor que también comparten algunos de los fulgurantes aforismos de Caso de duda, no es intrascendente, yo diría incluso que en algunas ocasiones es un humor trágico. «El único realismo es la tragicomedia». Net comprende muy pronto que preguntar no sirve para nada. Todo el mundo contesta, pero nadie responde. No, yo no creo que La vida en las ventanas sea sólo una novela sobre los vínculos virtuales y el ciberlenguaje, además de un homenaje a La ventana indiscreta. «¿Quién no ha soñado inconfesadamente con presenciar un crimen?» Es una novela sobre la precariedad de todo, sobre la disolución de todo, sobre la inutilidad de todo, sobre la provisionalidad de todo. Cuantas más personas conocemos, menos y peor las conocemos. Tampoco nos conocemos a nosotros mismos. «No me entiendo a mí mismo (?) pero quiero que tú me entiendas». «He comprobado que las palabras que cruzo con el prójimo suelen ser una suerte de malentendidos, más que de conocimiento». ¿Es el prójimo el lector? ¿Es la literatura un malentendido? ¿Un pertinaz y eterno malentendido?

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