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A modo de réquiem

A modo de réquiem

La editorial Calambur de Barcelona nos ofrece el último libro de poemas de Ricardo Bellveser, a quien no sería necesario presentar en València, donde ha desarrollado su actividad profesional los últimos cuarenta años. Pero no está de más recordarle aquí como periodista, gestor cultural al frente de programas de televisión y de prestigiosas instituciones, académico, profesor universitario, comisario de exposiciones, conferenciante, novelista... y poeta. Cito al poeta en último lugar para destacar que es finalmente la poesía la que sirve al autor para mostrarse en Primavera de la noche. Con todo el acarreo de recuerdos, de olvidos, nostalgias, temores, propósitos y reflexiones, hilvanados por la lucidez: don y castigo que nos depara el paso de los años. El poeta no se encuentra nel mezzo del cammin, desde donde pueden augurarse dorados otoñales y el invierno como algo aún muy lejano, sino en el tercio final de la vía, en el preludio de un fundido al negro que quizás anuncia el the end. O quizás no, porque es muy difícil renunciar a la esperanza y muy humano pensar que siempre hay más detrás, siempre / hay algo que no se nos consume.

Poesía de la experiencia, sí, pero de la experiencia cuando se siente cercada por la muerte: espacio cada vez más habitado por amigos. Y que el poeta nos aproxima de manera tan íntima y personal, que ni siquiera oculta el nombre de aquellos a quienes invoca, para hablar, en su particular Katábasis, con cada uno de lo suyo: con Gil-Albert, de Proust; con Vicente Gaos, de Dios y de su perdón; de las perversiones, propias y ajenas, con García Berlanga... y así con Félix Grande, con Ramón de Soto, con Hierro... Pues lo más razonable en estas circunstancias nos dice, es ponerse a salvo protegidos / por los silencios, para poder / volver con mis amados muertos / que me aguardan sin prisa alguna.

Nos lleva por los lugares donde transcurrió su niñez, a recorrer los valles de Adzaneta -nuestra Adzaneta de Albaida-, allí donde aprendió un idioma, a nombrar las cosas, / a mirar los montes de pinos / y los huidizos conejos. O a compartir sus juegos de niño en el suelo de la casa, con juguetes que imitaban la vida, aunque la vida verdadera transcurría arriba, / sobre la mesa de mis padres. Y esos mundos, el suyo y el mío, no confluían / salvo en las riñas. Y en Tantas madrugadas, hace partícipes a los lectores de los rituales en que se ha ido convirtiendo el amor tras tantos años juntos / que al despertar no sé dónde acaba ella / y su sueño y dónde yo y mi insomnio.

El paso de tiempo, que ha transformado el amor en un ritual; las ausencias irreparables con que nos va rodeando la muerte; una niñez privada de sonrisas... En este clima de postrimerías, los versos de Primavera de la noche huyen premeditadamente de complacencias rítmicas y de remansos estróficos que faciliten la lectura. Al mismo tiempo, las imágenes descartan los colores luminosos y se refugian en tonos grises, recordando el color de una posguerra / de polainas, cinchas, desfiles, / gorras, velos e inacabables misas / llenas de pasmosas amenazas. Es la misma posguerra y el mismo gris que untaron los versos de Dámaso Alonso, cuando los vivía en plena madurez y que en Ricardo Bell-veser regresan como recuerdos de infancia. Versos que aunque separados por sesenta años y muchos ismos literarios, se aproximan en los colores cenicientos de las vivencias que los inspiran.

Me doy cuenta de lo poco de moda que está todo ésto. Hoy resulta impertinente hablar de la muerte en tonos grises. Pero no hay alarde alguno de tramoya romántica en los textos que nos ocupan. Los motiva, por el contrario, un muy prudente y educado desasosiego , equiparable, me parece, al engaño que Jorge Manrique alegaba en sus Coplas o al temor desacordado de Quevedo en su conocidísimo soneto. Desasosiego, engaño o temor desacordado, que necesitan ser expresados, recurriendo hasta el último aliento de lucidez y de memoria, para que el poeta pueda reconocerse a sí mismo en sus versos, estén o no de moda: y Ricardo Bellveser los envuelve en el Réquiem de Mozart, pues Un réquiem puede ser, aquí lo es, / un hermoso canto a la vida, al gozo, / a la plenitud y adiós en gloria. / Y es por eso, por nada más, sólo por eso, / por la inquietud que procede / de las penumbras envueltas / en música tan conmovedora, / y por mis temores y mis ensueños / enhebrados como cabello en trenza, / que deseo que la mar, en el momento / de navegar, me sea tan propicia / como fecundo puede llegar a ser / un surco de tierra yacente sobre mí, / y la música me siga hasta lo oscuro / con la fidelidad de un perro de ciego / que sea el lazarillo de las tinieblas.

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