Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un tipo singular

Kierkegaard vivió toda su vida en Copenhague, consagrado al estudio tras renunaciar a un enamoramiento juvenil.

Jorobado y con una pierna más larga que otra, de personalidad y obra tumultuosa, desbordante e incontenible, en Kierkegaard convive el humanismo más vanguardista con un estilo audaz que discurre entre la literatura y la filosofía. En su atormentada juventud descubrió que la profunda melancolía de su padre, de la que él era reflejo, provenía de que su progenitor había maldecido a Dios. Ello le condujo a intensificar su dedicación a la teología. Se enamoró de Ragina Olsen cuando ésta tenía 14 años, pero como Dante prefirió renunciar al matrimonio y consagrar su vida al estudio y la escritura. Defendió como nadie lo había hecho las «etapas de la vida» y tuvo la listeza de saltarse la más aburrida. En la primera había que ser un esteta, y él lo fue a la perfección como muestra en su Diario de un seductor. La segunda debía regirse por la ética y la vida familiar. La tercera, la liberación definitiva, era la religiosa. Abogó por una vuelta al cristianismo originario y reivindicó el socratismo platónico. Defendió su punto de vista sin importarle pagar el precio del ridículo. Mantuvo que la existencia no era definible, estaba convencido de que sólo la íntima tribulación podía decantar los cambios, de la imposibilidad de una revolución externa, pública o política. A excepción de unos meses en Berlín, su vida transcurrió en Copenhague, «la Atenas del Sócrates cristiano», como la llama uno de biógrafos. En la capital alemana escuchó las lecciones de Schelling, que le pareció un pazguato y, cuando toda Europa era hegeliana, sostuvo que no había equivalencia entre ser y razón y que la verdad no sólo estaba lejos de ser «puro pensamiento», sino que se parecía más a la pura subjetividad. Una subjetividad que el hombre se oculta a sí mismo de muchas maneras: persiguiendo la felicidad, complaciéndose en lo bello, o parapetado en la buena conciencia de lo ético. En este sentido, sin saberlo, anticipó a Jung. En 1848, una experiencia religiosa lo llevó a abrazar la lucha contra la cristiandad en nombre del cristianismo y gastó todo el dinero que había heredado en publicar una revista -El instante- cuyos contenidos, escritos con diferentes seudónimos, eran solo suyos. Cuando se le acabó el dinero, murió. Arrinconado por la iglesia oficial y los hegelianos, fue rescatado por T. S. Haecker y Martin Heidegger y llegó a España a través de Høffding y Unamuno. Una obra cuya lectura sigue siendo puro placer para el ánimo.

Compartir el artículo

stats