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Esa corriente rugiente y fabulosa

Esa corriente rugiente y fabulosa

«La única sombra que oscureció aquellos días azules en los que comenzaba a asomarme al mundo, fue la muerte en la guerra de mi padre, Isaac, el 19 de enero de 1938, II Año Triunfal en la cronología franquista. En Teruel. Yo acababa de cumplir tres años». Lo cuenta Xosé Fortes en su libro A rienda suelta, publicado en Ediciones del Viento. Podrían ser -tal vez lo sean- unas memorias. O un hermoso grumo de recuerdos. O, sencillamente, ese pedazo de atardecer en que uno se sienta delante de un prado gallego y se pone a pensar en los caballos libres que habitaron sus primeros sueños. Querer ser Búfalo Bill era lo más para el niño Xosé. Y, un poco más adelante, ver películas como El sargento York, Casablanca o Lo que el viento se llevó: «El cine era una forma fantástica de viajar y conocer mundo».

La infancia es algo que sólo sucede en el recuerdo. Y si hay algo que ocupa un lugar importante en ese recuerdo es la muerte. Siempre esa muerte aparece en la forma de un niño o una niña que se muere a destiempo, como se muere todo el mundo según José Saramago. La pequeña caja que parece de juguete, el silencio en medio de ese otro silencio que tiene que ver con el miedo. Lo que escribía Xosé Luís Méndez Ferrín en Amor de Artur: «Por allí parecen venir las voces, y son flojas, ásperas, deformes: las voces de los difuntos». El miedo del niño Fortes en su primera experiencia con la muerte, la de su tía Puriña, hermana pequeña de su madre, «la niña feliz que se subía a las mesas a recitar el Romance de Gerineldo y le gustaban las cerezas». La mirada vuelta atrás, hacia los espectros de la Santa Compaña y el demonio. Pero también la infancia está llena de acontecimientos que con el tiempo regresan cada vez con más intensidad. Y tendrán que ver, esos acontecimientos, con un punto de inflexión en quien recuerda: «Aprender a leer fue lo más importante que me pasó en la vida». A partir de ahí, de esa relación con lo inaudito que se encierra en los libros, el niño Fortes será otro niño diferente. Aunque siga rodando por los montes a caballo de los sueños.

La memoria es tiempo acumulado y también el olor que nos deja al paso lo que vivimos: el establo, el heno, la leche recién ordeñada€ Los bailes con Dos gardenias y Only you y las canciones de Los Platters, Machín y Los Cinco Latinos. Y es también, el tiempo de la infancia, la huella que los fuxidos dejaban en su lucha antifascista por los montes. Como en Los siete magníficos, organizar la batalla frente a los civiles: campanas, silbidos, un mantón negro en la ventana: «el morse de la resistencia». Siguió en esa resistencia Xosé Fortes y en 1975 sería detenido, condenado a cuatro años de cárcel y expulsado del ejército. Había sido uno de los fundadores de la UMD (Unión Militar Democrática) y junto a otros compañeros no serían rehabilitados hasta casi los años noventa del pasado siglo. Cosas de esta democracia tan rara que se inauguró con la transición. Pero no hace alarde de esa resistencia el autor de este libro que conmueve sin trampas ni cartón. Las emociones son a veces una excusa para la lágrima fácil. No es éste el caso que les cuento. No hay nostalgia en las excelentes páginas de A rienda suelta, ni una pizca de nostalgia. Hay ese regreso a un pasado que desde la niñez nos encuentra y lo encontramos como una apuesta conjunta de tiempos sucesivos por la vida. Lo dice Susana Fortes en el prólogo: «La vida es también una corriente rugiente y fabulosa que hay que cabalgar». A rienda suelta, escribe ella. Y yo lo suscribo absolutamente. O sea, del todo.

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