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El pin

Les supongo al tanto del lío que se está armando con lo del pin. ¿El pin? ¿Se refiere a 0102? -me dice un lector bastante metepatas que tengo. No, hombre no, esa es la fecha de hoy. A no ser que sea la clave de su tarjeta de crédito (el Personal Identification Number), pero en este caso, más vale que la vaya cambiando cuanto antes. Por si no lo tuviera claro le remito a la Wikipedia y me encuentro con una sílaba tremendamente polisémica. Resulta que «pin», además de lo anterior, son las siglas de Parque Infantil de Navidad (en Navarra y en Euskadi), de Partido de Integración Nacional (en Colombia y en Costa Rica), y también significa «insignia», aparte de ser el nombre de una comuna en Francia, el apodo de un futbolista y un apellido valenciano. Así que no se tomen a broma lo del pin. Hay mucho tomate con este asunto y eso que no salimos de nuestras lenguas porque si ampliamos a otras resulta que pin en chino significa «producto», en francés, «pino», y así sucesivamente.

No sea listillo, me ataja impaciente otro lector, usted lo que hace es marear la perdiz para no comprometerse porque todos sabemos que el jaleo se está armando con el pin parental. Pues sí, tiene razón, solo que lo de parental me descoloca y el hecho de saber que alude a un papelote todavía más. Porque, vamos a ver, el DRAE define parental como «perteneciente o relativo a los padres o parientes». Así pues, ese pin nos dice quiénes son nuestros padres (relativo a). ¡Vaya tontería, también lo hace el DNI y sin tanto ruido! A no ser que queramos significar que el pin pertenece a los padres (perteneciente a). Bueno, es lo que ha venido a decir la ministra Celaa, solo que su frase exacta fue que «los hijos no pertenecen a los padres», lo que es cierto. Pero, si lo que quería decir es que el susodicho papelote o, en su caso, la chapita, no pertenece a los padres, disiento: bastante nos quita a impuestos su colega la ministra Montero como para que ni siquiera podamos tener un pin parental. Así que ya ven que todo esto parece una tempestad en un vaso de agua, de agua murciana, eso sí, bastante agitada últimamente con el diluvio del huracán Gloria.

Solo que, de repente, me he encontrado con el PP (el pin parental, no vayan a pensar mal) en mi propia casa y no me ha hecho ninguna gracia. Suelo recibir a los alumnos los martes y los jueves y en la tutoría del día 30 de enero me vino una señora que se identificó como madre de un alumno. Al principio simplemente me extrañó porque los universitarios son mayorcitos y no suelen mandar a su mamá. Pero en seguida tuve ocasión de preocuparme. La señora, bastante descompuesta, me espetó nada más entrar que yo era un rojo, que incitaba a los alumnos a enrolarse en el colectivo LGTB y que para colmo tenía algunas actitudes feministas. Me quedé estupefacto. Parece que su hijo llevaba un pin parental y que en mi última clase se había puesto a pitar como loco. Vale, le dije, pero, si no le importa, vamos a llamar a su hijo y que se explique. Así se hizo. Mandamos por el muchacho y cuando lo tuve sentado al lado de su madre, le pedí explicaciones. ¿Rojo?, le pregunté. Yo no he dicho eso de usted -la gramática es tan aburrida que duerme a tirios y a troyanos, me contestó con muy poca consideración-, lo que dije es que corrige los trabajos con boli rojo. Bueno, bueno, ¿y lo del LGTB? Era una broma, me contestó, es que para no liarse cuando habla de los dialectos de Catalunya (¿la república, la autonomía?) se refiere a ella como Lleida, Girona, Tarragona y Barcelona. No puedo soportar el soniquete de «los ministros y las ministras», por lo que me extrañé del tercer cargo y el chico me dijo: es cierto, usted no siempre practica el lenguaje inclusivo, pero el año pasado dio las tres matrículas a tres chicas y esto es discriminación de género. No me molesté en explicarle que tal vez era porque se las merecían. Simplemente le aconsejé que bloquease el pin para que no le sorbieran más el seso.

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