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Una de vampiras

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A mediados de los año 90, Joann Sfar comenzó a publicar en la revista ‘Lapin’ una serie de relatos muy peculiares, en los que se reescribía la tradición fantástica literaria occidental desde una perspectiva coral que tomaba la Praga de finales XIX como intersección de universos ficcionales paralelos. El poco recomendable policía Vicent Ehrenstein y su amigo Michel Douffon hacían de maestros de ceremonias de un mundo donde podía convivir un Golem saltimbanqui con un vampiro depresivo ahíto de mal de amores, mientras un particular remedo fantástico de Holmes ejercía de investigador de lo paranormal. Donde la sensual mandrágora descubría que el árbol viviente prefería largarse con una humana mientras era musa de Chaïm Soutine.

Estas pequeñas historias fueron recopiladas en ‘Le petit monde du Golem’ (L’Association, 1998) y, lo que debía ser un divertido pastiche, devino en crisol de un universo fantástico que daría lugar a una de las más prolíficas obras del cómic francés, donde Sfar se movía con fluidez por la línea que separa la ficción de la realidad a través de la filosofía en series tan diversas como ‘Profesor Bell’ (editada en España por Sins Entido) o, sobre todo, ‘Vampir’. La historia del enamoradizo Fernand, siempre buscando el amor verdadero, comenzó a crecer con vida propia creando un mundo coherente de personajes y situaciones donde Sfar daba rienda suelta a su particular y fino sentido del humor, vehículo perfecto para unas reflexiones que hablan del amor, de la muerte y de la angustia de la existencias. Las obras de Sfar bucean en la filosofía en busca de respuestas a las preguntas más universales de la humanidad, dejando que unas y otras se encuentren en el espacio de la ficción a través de los diálogos de sus personajes: Fernand, Aspirina y su hermana Josacine…, crecen y se desarrollan como entes propios, se encarnan y parecen tomar el timón de su propia existencia con fuerza y decisión dejando al autor como simple escriba de una realidad alternativa que se dibuja en tiempo real. Están vivos, rompen con naturalidad la cuarta pared y entablan una relación íntima con un lector que los reconoce como amigos. Como buenos vampiros, atrapan a sus víctimas con sus encantos y, aunque no nos chupen la sangre, es difícil no sentir la flecha de Cupido ante los tristes ojos del zalamero Fernand o el largo y lacio pelo rojo de la pizpireta Aspirina.

La editorial Fulgencio Pimentel, que ya ha publicado dos recopilatorios de las desventuras de este Gran Vampiro romántico, ‘Vampir y L’amour’ (amor sin amor), edita ahora Aspirina (todas con traducción de Rubén Lardín), que se centra en la joven vampiresa emo de largo pelo rojo. Con 300 años de eterna adolescencia, ‘Aspirina’ transforma el paso a la edad adulta en un eterno déjà vu que le permite al autor reflexionar sobre temas tan variados como el paso del tiempo, la aspiración de la juventud o la percepción de la muerte. Su dibujo visceral y rápido lleva al lector en volandas a través de reflexiones que juegan al contraste entre unos personajes de una realidad material y superficial y los de una ficción que han conocido a todos los filósofos. Solo Sfar puede combinar con naturalidad una partida de Warhammer con haber sido amante de Sartre y salir victorioso de la intentona.

‘Aspirina’ certifica la paradójica vitalidad un universo vampírico que puede compartir esencias con las propuestas literarias juveniles que tanto éxito tienen hoy, pero están a años luz en la carga de profundidad que destilan con su constante ironía y su capacidad para extenderse más allá, como por ejemplo en el cómic infantil con la deliciosa ‘Pequeño Vampir’, también editada por Fulgencio Pimentel y que acaba de dar el salto a la gran pantalla con clamoroso éxito según lo visto en reciente festival de Sitges.

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