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Geografía de sí mismo

«Laboratorio de coordenadas» es una recopilación de lugares transitados en el tiempo y espacios mentalmente deambulados, memorias de itinerarios recorridos y reconocidos, improntas de recuerdos.

Geografía

En 1998 Xavier Monsalvatje realizó unos pequeños acrílicos sobre cartón en los que mostraba una civilización que se recreaba en la desnudez y frialdad del hormigón, fábricas, humos emanando de amenazantes chimeneas de ladrillo, construcciones grises, «la ciudad del ruido». Dedujimos entonces que Monsalvatje podría haber sido un buen alumno del filósofo suizo Rousseau, cuestionando la sociedad, preguntándose si esas enormes estructuras típicas del llamado progreso que interrumpían el horizonte del paisaje y ennegrecían las níveas nubes podían realmente conllevar una mejora en el hombre, en general, y específicamente en su felicidad. Al observar algunas de las piezas que conforman la exposición «Laboratorio de coordenadas», intuimos que aquel dibujante y ceramista continúa reafirmándose en sus ideas.

Le sigue preocupando el aire que respiramos, el modo en el que traficamos con este paisaje que es de todos, la arrogancia con la que tratamos el entorno. Así, en los dos estilizados jarrones de cerámica presentes en la muestra, reaparecen industrias, cielos contaminados, torres de electricidad, cadáveres, el dibujo del cuerpo humano, «zonas de desahucios», entre decenas y decenas de otros elementos. Encontramos, incluso, a modo de evocación, en forma de cruces de caminos de uno de aquellos estupendos acrílicos, «Las arterias del poder», donde se aglutinaban y cruzaban una decena de tuberías y canalizaciones. Aun así, la muestra no va de estructuras industriales o modelos especulativos. O no del todo, al menos.

Durante un tiempo, -¿quizás el confinamiento, o venía de antes?- el artista ha realizado una introspección de su pasado. A modo de geógrafo, ha ido triangulando su viaje personal a través de una red de puntos, barrios, de paradas de autobús, acontecimientos, edificios, lugares cuyas coordenadas ha considerado importantes o, con toda probabilidad, aquellas que más perduran en su memoria y las considera sus referentes. A través de las ya mencionadas vasijas, y dos grandes mapas, el artista valenciano ha cartografiado momentos tales como su ¿primer? coche, las diferentes áreas de la ciudad de València por las que se movía, plasmadas individualmente en platos de cerámica, las coordenadas de un encuentro, las áreas de las emociones y del aprendizaje, las planimetrías de su infancia; pero también el viaje a una ciudad tan lejana y desconocida para el público como Milwakee -la que subscribe esta colaboración todavía se sigue preguntando qué demonios habría allí para cruzar el charco-, donde un gran plano reconstruye la personal red de metro que le permitió recorrer sus calles y barriadas.

En una época en la que las redes sociales airean y exhiben constantemente la vida de sus usuarios y los demás le dan al «like», en ocasiones incluso para hacer amigos o congraciarse con el jefe de turno, resultaría hueco decir que Xavier Monsalvatje expone ante el espectador buena parte de sus pensamientos, sus fobias, su trayecto vital y su proceso narrativo. «Soy quien soy», parece decirnos, «porque hice el trayecto desde Godella al barrio del Carmen pasando por la Plaza del Caudillo», traspasar su frontera, por haber cartografiado su adolescencia, gustado de recorrer los astilleros, Nazaret y el Grao, por adquirir un ticket para bajar en la parada de Chicago y caminar por barrios desconocidos, tierras ignotas.

Aprovechando las palabras del comisario, Juan Bautista Peiró, «lo que tenemos ante nuestros ojos es transmutación de algo que fue, pero ha desaparecido, dejando el vestigio físico de un tiempo pasado».

Es un laboratorio porque se ese trayecto vital se sigue elaborando, esa cartografía todavía está por terminar. Y nosotros seguiremos aquí, expectantes.

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