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Los tres exilios de Leonardo Padura

Los tres exilios de Leonardo Padura

El exilio es la condición originaria y universal del hombre en la tierra. Al menos para los pueblos del Libro, los de la cultura judía, cristiana y musulmana. Lo recordaba Claudio Guillén en su ensayo de literatura comparada Múltiples moradas (Tusquets, 1998). Siguiendo a Kolakowski, Guillén establecía tres formas de exilio: un primer exilio, tras la expulsión del Paraíso, de carácter religioso y por lo tanto abierto a la redención y a la esperanza; un segundo exilio, que el filósofo polaco denomina «exilio del exilio» que sería histórico y real; y un tercer exilio definitivo, el que marca la frontera con la muerte, en el que no hay promesa de redención y que en el mejor de los casos conduce a la palabra poética, pero no al Sol y al orden de los astros, que, en los clásicos, nos comunican unas verdades y leyes divinas.

De estas tres formas de exilio participa Como polvo en el viento (Tusquets, 2020), la última novela de Leonardo Padura (La Habana, 1955). Las tres representaciones del exilio suenan como variaciones sobre un mismo tema en esta larga balada triste de Cuba. La más presente es el exilio histórico, en el que se ven embarcados casi todos los miembros de un grupo de amigos, el Clan. Se conocieron en los años del preuniversitario y permanecen vinculados en torno a la casa que Clara heredó de sus abuelos y en cuyos cimientos se supone que hay enterrada una piedra magnética. Pero a partir de un suceso inesperado, los inseparables amigos se irán dispersando poco a poco para dejar la isla, en una historia de hombres y mujeres partidos en dos mitades empeñadas en repelerse. Tienen la sensación de estar habitando un espacio ajeno y un tiempo equivocado con la intima convicción de no pertenecer. Un exilio del exilio. Como el exilio de Irving, el homosexual transterrado a Chueca quien constata que, pese a vivir en ese espacio de tolerancia, no ha vencido los miedos, aunque ahora sean otros miedos. Irving sabe que actualmente es «una especie de espectro en fuga que no tenía ni tendría ya un lugar».

Pero pese a la diáspora que persigue a los personajes, está también el empeño en reencontrarse, porque, en cierta medida son «fragmentos de un imán a los que su propia naturaleza ingobernable siempre reúne». Y cuando, al cabo de los años consiguen reunirse de manera puntual, la pregunta que se hacen entre ellos cambia. Ya no es la que se hicieron en el momento de la partida: «¿Por qué tu te fuiste de Cuba?». Ahora la pregunta es «¿qué nos ha pasado? ¿qué coño nos ha pasado?». De manera, que la novela convierte el retrato generacional en un relato de la pérdida.

Paradójicamente, la primera forma de exilio, la religiosa, la vivirán Clara y Bernardo, los únicos miembros del grupo de amigos que permanecerán en la isla y que en la segunda etapa de su vida se aferran a la religión como redención y esperanza, una vez desvanecido el ideal de construcción del «hombre nuevo» que el socialismo iba a reportar.

Para ejemplificar la tercera forma de exilio, el definitivo, Claudio Guillén recurría a un texto de Ciorán, En las cimas de la desaparición (Tusquets, 1993). En él se preguntaba si la existencia no es para nosotros un exilio y la nada una patria. Leonardo Padura no lo sabe. Parece querer decir que no cuando insiste en la consigna esperanzada: «de derrota en derrota hasta la victoria final». Y, sin embargo, deja al lector con la duda que desde el título de la novela hasta un final -marcado por la «maldición caprichosa del cáncer»- nos trae el eco de una de una vieja canción de Kansas: «Polvo en el viento/ Todo lo que somos es polvo en el viento…».

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