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Atencia

En la poesia de «Semilla del Antiguo Testamento», la historia sagrada constituye la base de su sistema referencial.

"A la mujer se la ha relacionado con el cuerpo y al hombre con la mente"

Atrincherada en ese voluntario y elegante silencio del que la sacarían los novísimos para reivindicarla como una de las voces más sólidas, singulares y puras de la generación del cincuenta, la obra de María Victoria Atencia (Málaga, 1931) ha ido ampliándose, sobre todo, desde 1976 hasta hoy, siendo reconocida con importantes premios entre los que destacan el Premio Internacional Ciudad de Granada Federico García Lorca (2010), el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2014) y el de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija (2017). Desde ese signo de superación que en ella vio Vicente Aleixandre hasta esa «desazón imprecisable» y «la constatación del transcurso del tiempo, en lo que tiene de pérdida de vida propia, y el predominio de la reflexión ética sobre la contemplación del mundo externo» y «la persistente ocultación de las motivaciones reales y biográficas, que da razón de mayor calidad y elaboración literaria» - como indicado Guillermo Carnero- la poesía de María Victoria Atencia ha experimentado una larga evolución, en la que sus «alejandrinos, tersos, armoniosos, hieráticos» -como los describe Ángel Luis Prieto de Paula- han servido de cauce a un cada vez mayor «abismamiento en el yo» y a «un proceso de ritualización litúrgica», como se advierte en Semilla del Antiguo Testamento, en el que la historia sagrada constituye la base de su sistema referencial. Como advierte María Zambrano, «la perfección sin historia, sin angustia, sin sombra de duda, es el ámbito - no ya el signo- de toda la poesía» de María Victoria Atencia, en la que no hay ni tránsito ni transición, porque en sus «trances están ya el futuro y el pasado, asumidos en el presente de la palabra». Y eso es lo que estos poemas son: trances, como indica, más que el título del libro, el de una de sus dos partes, «Trances de Nuestra Señora», que adelanta lo que esta escritura suya va a ser. Poesía mariana, conjugada con no pocos intertextos plásticos, como las Anunciaciones tematizadas por la pintura y resumidas aquí en poemas como «Annunziata» o «La visita», unidos por la simetría de su estilo, su tono, su métrica y su dicción. Poesía, pues, de vivencia y participación, en la que resuenan ecos de Fray Luis como esa luz no usada de «Los animales», pero en la que se recogen también datos del inmediato entorno como en «Árbol de Navidad», en el que aparecen invocados los pinsapares de Ronda. En otros - como en «Sicut cervus»- se alude al amor en vilo que fue materia lírica de Salinas, Alberti y Gimferrer. Motivos de todos conocidos se convierten en toda una vía láctea de esplendor y silencio. Otras veces el ensimismamiento del sujeto poético es como el de los relatos monacales de la literatura medieval: Fueron noches y días tan pasajero instante/ que apenas si lo oí. En «La Rosa», el único de esta serie con rima, la asonancia no es un recurso sino una exigencia como lo es también el sistema de dísticos empleado. Poesía, pues, a la orilla del sueño, como dice uno de sus versos, en la que se objetiva una nueva forma del realismo transcendente de la pintura española del Siglo de Oro, visible en «El caballo» (Para ti tengo hecho, de sueños y madera,/un caballo que da sus ojos a las aguas,/da su sombra a los muros y sus crines al viento). La segunda parte, «Poemas de juventud» (con motivo de la Natividad) cierra este libro que, si a algunos puede extrañarles por su temática, les recuerdo la polémica de Ramos Sucre con Leopoldo Lugones, cuando aquel ponía entre los ideales del caballero medieval la devoción mariana y éste le oponía la Palas Atenea clásica. La poesía es un territorio muy amplio, en el que el único requisito exigido es la calidad. Y la de María Victoria Atencia la tiene y la derrama.

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