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Crónicas de la incultura

La narrativa

La narrativa

Últimamente hay un término que nos sorprende a todas horas en los medios: el de narración. Resulta que ya no es un sustantivo que verbaliza algo que vivimos o que sucede: la narración de una experiencia, como mi viaje por Argentina, o la de un acontecimiento, como las nevadas del mes pasado. Ahora ya no, ahora resulta que la narración es un objetivo más importante que la experiencia o el hecho que reproduce, hasta el punto de que realmente llega a sustituirlos. Hay quien habla de narrativa, como si no fuese un género literario, sino una cosa, una narración que tiene valor de argumento e impacta con dureza sobre todo lo que trata. La detectaron algunos analistas del discurso, como Van Dijk o Toulmin, verdaderos tocapelotas del statu quo, cuando comprobaron, a propósito de los discursos de Reagan, cómo ciertos chismorreos sobre los sandinistas suministraban material argumentativo inflamable para justificar la necesidad imperiosa de que EE. UU. interviniese en medio mundo.

Hasta aquí, nada de nuevo, la política siempre ha sido sucia y se las ha arreglado para engañar a la gente. Lo novedoso es que los malos ejemplos arrastran al personal y ahora nos encontramos con «narrativas» muy celebradas en boca de personas demócratas que tal vez ni siquiera sean conscientes de la impostura. En un país como España, donde estamos en una permanente campaña electoral, la cultura de lo que los especialistas en periodismo político llaman storytelling, lo domina todo. Pero el todo tiene un límite. Es increíble cómo no se les cae la cara de vergüenza al intentar justificar el cambio radical de los grupos de edad a los que pretenden inficionar con Astrazeneca. Resulta que lo que era maravilloso solo para menores de 55 años, ahora es fatal, pero estupendo para las personas que tienen entre 55 y 65. Mejor dicho: últimamente el grupo ideal es el que va de 65 a 69. Y todo esto en menos de un mes. Luego se extrañan de que los ciudadanos salgamos corriendo.

Stalin, aquel malo malísimo, quedó noqueado cuando los nazis invadieron la Unión Soviética porque no se atrevía a enfrentarse a sus conciudadanos, a los que había vendido las ventajas de un pacto con el enemigo histórico e ideológico. Aquí, en cambio, la clase política ni se inmuta. Hay hasta quien aprovecha para aliarse con los herederos de Stalin, que no solo fabrican misiles, sino también vacunas. Será que en cheli «comunismo o libertad», el eslogan electoral de la doña, se traduce «la Sputnik y a vivir». Puro storytelling, aunque a mí todo esto me suena a la neolengua orwelliana. No falta tanto: según un personaje de la novela de Orwell, en 2050 el newspeak habrá sustituido al oldspeak.

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