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La poderosa fragilidad de Ali

«La historia universal» reúne doce historias que recorren un año completo de una de las mejores escritoras británicas.

La poderosa fragilidad de Ali

Nos pasamos la niñez oyendo contar cuentos. Parte de nuestra vida de jóvenes y de la de adultos existimos alrededor de los cuentos, de nuestros propios cuentos, historias cuando no historietas, mínimas, superfluas, con sus toques de banalidad y crueldad usualmente equiparables, en los que ora somos protagonistas activos, ora participantes pasivos. Cuentos que nos contaron, historias que contribuyeron a forjar aspectos de nuestra personalidad, narraciones que nos siguen cautivando contenidas en nuevos formatos; imágenes siempre manipuladas que, cándida e incluso críticamente, escuchamos y seguimos como parte de nuestro ADN. Nos repiten los mismos cuentos que a su vez, estamos condenados a repetir para quienes vienen después. Introducimos variaciones poco efectivas, contribuimos a que todo siga más o menos igual, lejos (a nuestro parecer) de lo que habíamos imaginado o deseado que pudiera o debiera sucedernos.

La literatura, grande o pequeña, imita y recrea esas pautas, imita la vida (El folletín, Imitación a la vida de Douglas Sirk con Lana Turner y John Gavin, nos lo recuerda). La vida nos proporciona materiales más que suficientes con los que se templar y encauzar las narraciones. Así que la literatura apenas necesita ser original. Necesita, eso si, mucha imaginación. Descubrimos que los cuentos infantiles nunca existieron como tales; que las historias -nada ingenuas- que cuentan fueron concebidas para adultos. Son historias, en su mayoría, crueles que disfrazamos de ingenuidad para contar a los niños. Los cuentos infantiles son una patraña. Sin embargo, las patrañas son muy reales y por eso están en todos los cuentos. Son la vida misma.

No ceso de admirar a Chéjov y no solo por La señora del perrito. Releo las Ficciones de Borges, repaso las Narraciones de Poe, recuerdo El Capote de Gogol. Huelo el fatum de la O’Connor; imagino ser El nadador de Cheever en su versión Burt Lancaster. Deseo ser el lobo feroz (el anónimo o el de Perrault ) para defenderme de ese cúmulo de perplejidades y pulsiones de muerte de las que está hecha la vida. Toda una vida asimilando y reformulando cuentos, reescribiéndolos, contándolos a mi manera… Amo los cuentos.

Por culpa de Juan José Millás leo a una tal Ali Smith. Cae en mis manos un libro editado por Nordica, con el aditamento de una portada muy atractiva, La historia universal y otros relatos, y pensando que es otra cosa me enfrasco en los doce cuentos (tantos como meses tiene el año) que lo componen. Es mi descubrimiento de Ali Smith (Inverness, 1964). Lectura nada veraniega, por cierto. Ali parece ser por lo que leo, criatura frágil y feroz de madre irlandesa y padre inglés. Es escritora y periodista. Padece el llamado síndrome de fatiga crónica o encefalomielitis que lleva consigo intolerancia al esfuerzo continuado. Su literatura, sin embargo, apenas lo refleja. Muestra una poderosa vida interior que valora el paso del tiempo, de las estaciones del año, del transcurso de los días; los cambios de pelaje de nuestro entorno y un amor desbordante por los árboles. En «Mayo» uno de los mejores relatos de esta antología dice: «Me enamoré de un árbol. Era inevitable. Estaba en flor…»

Ali se permite ser original. Inventa sin recurrir a la descripción, Se mete debajo de la piel de cada personaje excavando una galería de palabras en y desde su interior. Utiliza el monólogo, el dialogo, la inspiración y el método; cualquier parcela de expresión que sea apropiado para cada momento. Deambula ente libros, librerías y raros lectores. Es capaz de contar el mismo cuento de varias maneras distintas como ocurre en «La historia universal» el relato que abre el libro. En algunas historias nos pone en su contra. Ganas de cerrar el libro y lanzarlo lejos. ¿Cómo se puede pasar de lo sublime a lo ramplón en tan poco espacio? Leyendo a Ali Smith, claro.

En algunos relatos, «El principio de las cosas» nos avergonzamos de ser humanos al comprender que eso, lo que cuenta, es lo propio de los seres humanos.

Ali Smith parece haber encontrado la formula de contarnos los viejos cuentos renovando su acercamiento como narradora a la sempiterna soledad del lector.

Smith, Ali Smith, rezuma dulzura y crueldad al mismo tiempo. ¿Será posible? Lo es.

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