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Blas Muñoz

El poeta reúne en este libro varios temas, unidos que podrían resumirse en las impresiones y reverberaciones que la contemplación del tiempo produce.

Blas Muñoz

Tomando como título un verso de Pere Gimferrer («Veure en la llum el trànsit de la llum») y articulado en 12 secuencias engarzadas como las cuentas de un collar, este libro de Blas Muñoz (València, 1943) no es «un poema sin asunto» -como el que en Espacio se propuso desarrollar Juan Ramón- ni tampoco una serie de movimientos a partir de una estructura musical mallarmeana. No: este libro tiene no uno sino varios temas, unidos entre sí por múltiples vasos comunicantes y que podrían resumirse en las impresiones y reverberaciones que la contemplación y análisis del tiempo produce y deja en el sujeto que asiste a ellos no desde un punto fijo sino desde una continua sucesión. Sucesión podría haberse titulado este unitario texto, algunos de cuyos elementos - el 2, 3 y 4; y el 8, 9, 10, 11 y 12- fueron premiados por separado en el año 2014, fecha que puede servir también de indicio para su datación. Pero lo que allí eran disjecta membra aquí conforman una sólida y solidaria estructura, dispuesta sobre los meses del año y que se extiende de diciembre a noviembre del siguiente con un ritmo de ola nunca interrumpida. Dedicado a Ricardo Bellveser e ilustrado por Pablo Santin, su dicción transcurre, perfectamente modulada en y con un discurso en primera persona, que invita al diálogo -«No quiero hablar de mí sino contigo» es su primer verso- y que retoma imágenes de Fray Luis de León -como «la pureza de un cielo desusado» que remite a «la luz no usada» de aquel- y que intenta conjugar «el sacramento/ de la unión de la luz con la inocencia». Despojado de toda máscara y entregado a un yo lírico que se sabe navegante de y por el tiempo, asume -como el peregrino de Góngora y de Angelus Silesius- un ir y caminar dando a cada ser la unicidad de su sentido. Virgiliano -como en «Van perfilándose /los planos inclinados de la luz/entre las franjas alternadas de/ las sombras»- no renuncia al correlato objetivo de la cotidianidad que constituye siempre su muy preciso marco.

Concebido como «acto inaugural de la conciencia» asistimos aquí a una meditación sobre el dolor del exitir y a la vez sobre la maravilla que es y que supone nuestro continuo cambio y nuestra segura finitud, vividos y aceptados muy estoicamente. Palabra, pues, serena, reposada, profunda, la de Blas Muñoz revisa su recordada experiencia del amor, «el resplandor difuso de la carne», pero también su intensa ignición revivida «con un rumor de lluvia antigua al fondo». Para él «decir la vida/es más difícil que vivirla». De ahí ese juego de luces que, formando diversas figuras lo atraviesa, haciendo de ese variado itinerario de la luz una sola en la que el yo formula la trágica pregunta que lo cierra: «¿Quiénes somos tú y yo, si ya no somos/ aquellos que aún se aman, como siempre?». Blas Muñoz tiene una noción del nombrar similar a la que, a propósito del Hipólito de Eurípides expuso el helenista italiano Davide Susanetti, para quien «la palabra hace que exista y suceda todo lo que nombra». El paso de la luz funciona en poesía de modo parecido a como en prosa lo hace El paseo de Robert Walser con el que guarda una íntima e ignoro si directa relación. José Antonio Olmedo describe bien la tradición en la que se inscribe, pero comete un error en el género gramatical de uno de los términos latinos citados, que en latín es neutro.

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