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EL CAMINANTE

La fuente provenzal de Petrarca

Viajo por la Provenza, de la mano de Júlia, mi mujer y guía literaria, siguiendo los pasos de Francesco Petrarca. Llegamos a Fontaine-de-Vaucluse (Fònt de Vauclusa en occitano), pueblecito de montaña de 600 habitantes, cuyo nombre hace referencia al manantial del que nace el río Sorgue a 240 metros de altura y al «valle cerrado» que da nombre a la comarca.

Las claras, frescas y dulces aguas que describe el poeta ofrecen desde el puente de piedra un bello espectáculo en el que mezclan su brillante azul plomo con la rica gama de verdes de la vegetación. En la ladera de la montaña se divisan las ruinas de la fortaleza de los obispos de Cavalhon, coronadas por la bandera de Provenza, las cuatro barras de la Corona de Aragón, dispuestas verticalmente, que recuerdan el pasado catalán de la región en la Edad Media.

Petrarca, hijo de un notario florentino que sufrió persecución política y destierro, vivió en Provenza en dos etapas de su vida. Se cree que vio por primera vez a Laura, objeto de su pasión amorosa, el Viernes Santo de 1327 en la iglesia de Santa Clara de Aviñón. Entre 1337 y 1353 vivió en Vaucluse, en una casa que actualmente es museo-biblioteca.

Antes de preguntar por ella, la encontramos sin buscarla; en su fachada un rótulo arcaizante reza: «Musée Pétrarque. Boutique, librairie». Un pequeño túnel reservado a los peatones discurre junto a la casa y desemboca en un bello jardín en la margen izquierda del río, con todos los elementos del locus amoenus que describe el poeta. En la parte posterior de la casa una breve escalera conduce a la entrada.

En dos pisos, el museo contiene una biblioteca especializada con 3.500 obras que incluyen una amplia colección de dibujos y grabados sobre Petrarca, Laura y la fuente, y también una notable colección de arte moderno. Hay cartas, manuscritos fotografías y testimonios de René Char, Braque, Picasso, Miró y Wifredo Lam entre otros. Este lugar ha sido objeto de peregrinación desde el siglo XIX y allí acudieron Stendhal, Georges Sand, Châteaubriand y Lamartine.

El pueblo es un hervidero de visitantes franceses, en un verano en el que por todas partes parece haber revivido el turismo, pero de ámbito local. Son una ordenada y silenciosa invasión, más interesada por el senderismo y el pique-nique, como dicen allí, que por el culto a Petrarca. Nosotros estamos solos en la visita; una emblemática rama de laurel sobre una ventana preside la biblioteca. Al salir, los árboles, el jardín y las limpias aguas con el recuerdo de Laura: «Chiare, fresche et dolci acque, / ove le belle membra / pose colei che sola a me par donna».

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