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Sexos, tochos y equipara-ciones

Como varón de tiempos tal vez caducados me gustan las equiparaciones: que hombres y mujeres reciban el mismo salario por idéntico trabajo y el mismo reconocimiento por méritos similares.

Esta Fira del Llibre llevará acuñada, por primera vez, creo, la marca de la plena equiparación entre hombres y mujeres en todos los niveles de celebridad o modestia. También en el campo, tan apetecible, de los libros de gran prestancia lanzados al mercado por editoriales de mucho peso, atentas a los gustos del público y sus respuestas (lo que los pedantes llaman feed back).

Hubo un tiempo en que las escritoras eran un lujo bizantino o un coro de gimnosofistas en torno a Safo y elegían para sí nombres masculinos como Victor Català que, en realidad, era Caterina Albert Paradís, un nombre mucho más bonito que aquel que le sirvió de embozo. Y lo mismo cabe decir de la muy católica Fernán Caballero que era una Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea. Nada menos. Por no hablar de George Sand que apuntaba a la gloria con un magnifico tajamar (eso es el nombre). Su nombre parecía un juego de aliteraciones o un mensaje en clave de los que le gustan a Marius Serra: Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant.

En fin, bien esta que Paco Umbral se lo inventé todo incluso el nom de plume o que el pobre Azorin se defienda de linajes aguados o apellidos tan corrientes como la cerveza de barril, con un nombre que nos recuerda que la mente no está en ningún sitio: es como las pisadas que dejan en el aire los pájaros. Los azores, pongo por caso.

O sea que las chicas dan la cara con sus invenciones y descaros. Como cualquier fulano.

Lo que ya es mas difícil de dilucidar (y tampoco tiene mucha importancia) es porque las novelas son cada día más tochas. Quizás sea la influencia de Netflix o es que nos invade la vanguardia de Putin. Ahora que Casado va a defender el derecho, que nadie puso en peligro, a recibir educación en castellano, podría exigir, también, lecciones de ruso. A mi me parece estupendo. También podría pasar que el lector de libros de más de 500 páginas -por marcar un límite peligroso- quizás disfrute el doble si le dan más papel y entretenimiento por el mismo precio. O casi. Desde que existe el cine que imprime su señal e influencia en los escritores incluidos los que presumen de ser sublimes en su opinión y en la de su abuela. Desde que las películas se ruedan en cámaras digitales HD que tienden a alargarse: peligrosamente.

Los besos de Manuel Vilas, tiene 450 páginas, La reina sola de Molist, 640, Y Julia retó a los dioses, de Posteguillo, 842 i L’única veritat de Josep Bodí casi 900 páginas: queda acreditado el valor de Juli Capilla, su editor.

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