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Una sombra en medio de la nada

El escritor protagonista de esta novela intenta averiguar porque Mercedes Soriano, una de las grandes escritoras de finales del siglo xx, se ocultó en el Cabo de Gata.

Una sombra en medio de la nada

La historia de la literatura es también, demasiadas veces, la historia de la literatura olvidada. O desaparecida. El mercado, protegido por esa trama de intereses que es el Canon literario, decide lo que hay que leer y lo que no. Yo sigo una norma: cuando el Canon dice que hay que leer determinados libros, paso de largo y busco los libros de los que nadie o casi nadie habla, los que no aparecen en las listas de éxitos, los que guardan en sus páginas ocultas el secreto de una escritura deslumbrante. Hace muchos años descubrí algunas de esas páginas. Y a la mujer que las escribía. No personalmente, sino por los libros suyos que leí durante varios años: ‘Historia de No’, ‘Contra vosotros’, ‘¿Quién conoce a Otto Weinninger?’, ‘Una prudente distancia’. La escritora era Mercedes Soriano. Había nacido en Madrid en 1953. Un día se retiró del mundanal ruido y se fue a vivir a Presillas Bajas, un pequeño rincón del Cabo de Gata. Allí moriría el 18 de octubre de 2002. No había cumplido los cincuenta años. Nunca olvidé sus libros. Siempre los tuve en la primera línea de mis lecturas de antes y de ahora. Por eso fue un gozo grande saber que un escritor a quien no conocía acababa de publicar un libro titulado ‘Aposento’, y que ese libro hablaba de la escritora Mercedes Soriano. Ya digo: un gozo.

Le escribí al autor: Miguel Ángel Muñoz. Se lo dije: qué raro que alguien se acuerde de esa escritora inmensa. Sólo Belén Gopegui parece que mostró interés por ella y su escritura. Ahora descubría que otro escritor se añadía a la escasa lista de sus seguidores. Tengo aquí el libro, en la bella edición de La Navaja Suiza, que también reeditó hace poco tiempo ‘Contra vosotros’, la segunda novela de Mercedes Soriano. Y ahora acaba de publicar otra obra maestra: ‘Los enanos’, de Concha Alós. Nunca había leído Miguel Ángel Muñoz sus libros. Hasta que un día de 2002 leyó su necrológica en un periódico. Las cuatro líneas de esa necrológica despertaron su curiosidad. Y de ahí surgiría la idea de ‘Aposento’, uno de esos libros que hay que encontrar aunque sea con la linterna del móvil. No sé si está en la lista de éxitos. Me da igual. Es un libro que hay que leer porque en sus páginas encontramos lo mejor de la buena escritura: la decencia, la admiración por esa literatura que hay que salvar de la invisibilidad y del olvido, el homenaje a una mujer cuyo apartamiento del ruido y casi de la escritura la convirtió en una sombra en medio de la nada.

Escribir sobre Mercedes Soriano no era fácil. Era como como indagar en un secarral sin huellas, como tragarte el silencio en cada una de las casas a la que llamas y te confunden con un Testigo de Jehová, como dejarte ganar por un cansancio que a ratos se hace insoportable. De todo hubo en el magnífico trabajo de búsqueda que llevó a cabo Miguel Ángel Muñoz. Porque de lo que se trataba era de convertir esa indagación en una mirada lo más honda posible sobre sí mismo. Eso es el deslumbramiento. ¿Quién era Mercedes Soriano? ¿Por qué desapareció del mundo cuando era una escritora de éxito? Y también: ¿quién era yo cuando el deslumbramiento?, ¿cómo se me pudo pasar esa escritura que ennoblece el oficio de escribir? Preguntas y más preguntas que llevan a Miguel Ángel Muñoz a una reflexión que he subrayado con lápiz gordo de carpintero: «La escritura de un libro es la crónica de una rectificación». La inseguridad, esa incertidumbre que lleva a quien escribe a escribir a la intemperie. Eso sí, intentas disponer de buena compañía en ese itinerario a ratos verdaderamente inextricable: Thomas Bernhard, Pascal Quignard, Fernando Pessoa, Ida Vitale… Y aun así, en tan ilustre compañía, te sientes con ganas de entregarlo todo como un vencido, como quien a lo mejor se encuentra con un verso de Ingeborg Bachmann que tal vez habría leído Mercedes Soriano antes de volverse invisible: «no me quedaba nada por decir». O a lo mejor es que era el mundo el que no tenía nada que decirle a ella, que tanto había buscado en sus libros: tan complejos, tan poco dispuestos al éxito fácil, tan ligados a un tiempo que para ella era el de la devastación, el de las ilusiones secuestradas por una democracia que mantenía su desigualdad capitalista como antes, el que provocó huidas a ninguna parte para encontrar en ninguna parte una manera seguramente inútil de salvar algo de lo que fuimos.

En ‘Aposento’ encontramos a una escritora que crece en cada una de las excelentes páginas escritas por Miguel Ángel Muñoz. Estamos ante una novela que hay que leer porque no se trata de una escritura complaciente, de esas que se mastican hasta sin dientes. Para nada. Hay en esas páginas -ya lo dije- la emoción del descubrimiento, el tropezón con lo inaudito, la admiración por alguien cuya existencia desconocías. Pero hay mucha rabia en este libro, mucha rabia. Como si aquel contra vosotros de la escritora se hubiera vuelto en un contra nosotros a la hora de la lectura. Miren, si no, este párrafo que después de leerlo cien veces aún me sobrecoge: «Tus cuatro novelas están descatalogadas. No eres una escritora recordada. Para leerte hay que rebuscar en las librerías de segunda mano, en saldos, en lances. Ni tu nombre ni los títulos de tus libros dicen casi nada. Hoy. Te propusiste desaparecer y, quince años después de tu muerte, parece que lo has conseguido. Voy a leer, por fin, tus libros».

Leer ‘Aposento’ es casi como leer el quinto libro de Mercedes Soriano. Leer es recordar a quien escribió lo que leemos, aunque haga muchos años que se ha muerto. Nunca dejé de leer a Mercedes Soriano. Y si ustedes leen el libro de Miguel Ángel Muñoz, seguro que leerán -si no lo han hecho hasta ahora- todos los que escribió una inmensa escritora que el Canon literario, en nombre del mercado, dejó abandonado impunemente en el olvido.

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