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La vejez, «ese regalo insensato»

Bruckner pretende hacernos entender que nuestras complejidades sacuden del mismo modo a todas las edades.

La vejez, «ese regalo insensato»

El filósofo y escritor Pascal Brukcner (París, 1948) concluye sus reflexiones acerca de la etapa final de nuestro ciclo vital, con una aparente paradoja. En su más reciente ensayo Un instante eterno. Filosofía de la longevidad escribe que esa el envejecimiento es un «regalo insensato». Afirmación que me resulta útil para titular la reseña de sus inquietudes, pero que no deja de ser otra cosa que un juego de palabras más o menos adecuado para el cierre formal de un lúcido y estimulante discurso sobre como esperar la llegada de la parca. Un tema endiablado perturbador. Bruckner, acaparador de premios como ensayista: Médicis, Renaudot y Montaigne, es también autor de obras de ficción como su novela Luna amarga llevada al cine por Román Polanski y, un incómodo paladín de las minorías étnicas, culturales y religiosas al tiempo que un reconocido crítico del multiculturalismo.

En estos tiempos, de aflicción y soledad generados por la aparición de la covid-19, los setentones y octogenarios, es decir los viejos sin remedio -pese a estar vacunados por triplicado y con vacuna contra la gripe- superados los 50 (esa especie de segunda adolescencia) y los 60, solemos sentir lo por vivir con mayor angustia que el resto de los mortales. El autor consigue convencernos que se puede y se debe pasear y combatir en el andén de la última estación vital. Nos invita a abandonar la sala de espera; a no desesperar ni rendirnos ante la llegada del último tren, ese que nos llevará a la oscuridad y el silencio por toda la eternidad.

Para encontrar la serenidad y el equilibrio necesarios para soportar la espera, Bruckner formula preguntas muy pertinentes. Preguntas que nos hemos hecho una y otra vez durante ese tiempo que para unos resultará eterno y para otros, un instante. Eternidad e instantaneidad contrapuestas y también coincidentes en un nuevo juego de palabras que conjuga significados tan opuestos. Interrogantes sobre el proceso de prolongación de la vida en torno a la sexualidad (atractivos y punzantes capítulos cinco y seis), de como evitar la «fatiga del ser» o «la melancolía del crepúsculo»… Cuestiones sobre la manera, de sobrevivir a esas angustias, a esa suma total que es la vejez, disfrutando de sus ventajas y, si se puede, sumando. Sabemos, por nuestra experiencia inmediata, que tal supervivencia es fruto, a la vez que dependencia, tanto de los progresos de la investigación, la ciencia y de las tecnologías avanzadas como nuestro infantil y desesperado esfuerzo por eternizarnos -parafraseando a Nietzche- «más allá del bien y del mal» o envolviendo el infinito -siguiendo el imaginario de Stanley Kubrick en su 2001. Una odisea del espacio- para iniciar un re-nacimiento como lo hace el bebé de las estrellas…

El ensayo, que se nutre de lo pensado a raíz de conferencias y otros trabajos del autor, es crudo y no se anda por las ramas tanto cuando nos descubre las certezas: «Seguimos divididos entre el terror de la decadencia y la loca esperanza de un milagro». Es ecuánime cuando se detiene ante las dudas: «El transhumanísmo y las biotecnologías despiertan tanto odio como esperanzas tontas». Nos devuelve a la realidad cuando sostiene que no debemos añadir a la «desgracia del envejecimiento el absurdo de negar su tristeza o de prometer su abolición».

De nosotros depende el invertir los bien los conocidos efectos del envejecimiento y el de «frenar su daño». Hace continuas y reflexivas consideraciones a refugiarnos en nuestros deseos, a hacer caso de la edad filosófica y cultural más que del latido cronológico, a jugar constantemente con Eros y Ágape en ese umbral de la muerte para hacer menos doloroso el traspaso. Recurre a recordarnos películas que tal vez habremos visto cuando no pensábamos siquiera que llegaríamos a viejos, como El graduado (1967) de Mike Nichols (grandes Hoffman y la Bancroft), Harold y Maud (1971) de Hal Asbhy e incluso Verano del 42, también de 1971, de Robert Mulligan.

Bruckner pretende hacernos entender es que nuestras complejidades y azares (el deseo amoroso, el instinto de supervivencia, etcétera) sacuden del mismo modo a la vejez que otras edades y que se trata de saber leer los códigos, de saber estar y aprovechar los últimos años. Pasa, por último, a la posibilidad de seguir realizándonos como humanos y ante la certeza de la muerte, recuperar «la voluntad de morder la vida hasta el hueso». De ahí el hablarnos de «ese regalo insensato que es la vejez». La idea que me vino en mente es que había leído algo muy parecido escrito en versos cortos y libres. Charles Bukowsky ese poeta deslenguado nacido en Alemania para exhibir por California y el mundo su agresivo lenguaje, escribió:

«Mientras las sombras cobran / formas/ peleo en lenta / retirada (…)

Ha sido una hermosa / pelea / y aún / lo es».

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