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Carne de piedra (Complejidad sin contradicción)

Primera individual de este joven creador en este prestigioso espacio expositivo en el que presenta una ambiciosa intervención escultórica con un potente carga narrativa.

Carne de piedra (Complejidad sin contradicción)

Complejidad y contradicción en la arquitectura es un ensayo de Robert Venturi publicado en 1966 en el ponía en tela de juicio determinados supuestos del racionalismo y el modernismo arquitectónico. A diferencia de la arquitectura, la funcionalidad en las artes visuales no es un factor a tener en cuenta, lo que amplia extraordinariamente su ámbito de actuación, también su capacidad crítica.

Carne de piedra (Complejidad sin contradicción)

Guillermo Ros (Vinalesa, 1988) ha abordado esta muestra individual en la galería 6 del IVAM con un rotundidad y complejidad extraordinarias, tensando hasta límites insospechados el espacio arquitectónico con su aportación personal. Mientras que la linealidad de la oralidad y de la escritura alimentan la contradicción, la complejidad de las artes visuales hacen posible la integración simultánea de los opuestos, algo que sin duda exige un ejercicio de reflexión (tanto para el artista como para el espectador) no siempre sencillo de realizar.

Carne de piedra (Complejidad sin contradicción)

Quienes conozcan esta galería habrán sufrido la dureza de sus columnas y la escalinata que casi reduce a sótano la parte inferior de sus dos plantas. G. Ros afronta estos condicionantes y los aprovecha para construir un relato en dos actos que gira, como bien reza el título de la muestra, en torno a la violencia imperante en el ámbito artístico contemporáneo y por ende, en nuestra sociedad. El binomio construcción/destrucción constituye el eje rector de esta contundente instalación/intervención.

Las cuatro columnas sustentantes -reproducidas con una exactitud hiperrealista, se multiplican con precisión simétrica para conformar una singular sala hipóstila. Ahora bien, todas y cada una de las nuevas columnas están destruidas en mayor o menor medida dejando asomar su interior pétreo de materia rosa-carne. En algunos casos, aparece un pequeño elemento orgánico de acero de damasco «engastado» en la piedra rosácea. La contención y la intriga iniciales estallan en mil pedazos en la planta superior donde unos horribles ratones gigantes armados con dientes del mismo acero damasquinado se alimentan de esa misma piedra (alma y corazón de las columnas) que acaba por matarlos.

Resulta díficil conjugar con esta precisión tantos raudales de respeto e irreverencia, ambos igualmente impecables en su ejecución y demodelores en su planteamiento crítico. Si damos por bueno que «el ser humano es un animal simbólico» (Ernst Cassirer) habremos de convenir que el arte -en sus múltiples manifestaciones y obras- se inscribe de lleno en esa dimensión simbólica. Columna, cemento, piedra, damasco, rata… conectan eficazmente el mundo terrenal con el plano simbólico entre los que transcurre la existencia humana. Si el cambio, la transformación, la impermanencia soy leyes inmutables de la Naturaleza, la violencia y la destrucción son históricamente prácticas inherentes de la naturaleza humana. Con este proyecto descarnado, de una belleza conmovedora y terrible, Ros cierra de modo impecable el círculo que nace con la creación material y concluye con la imagen misma de la aniquiliación.

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