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Darío Márquez Reyeros

‘Fecha de caducidad’ descubre a un poeta joven que analiza cuanto constituyó su mundo y que lo hace desde una palabra que no suena a artificio sino a verdad.

Darío Márquez Reyeros

Darío Márquez Reyeros (Alcobendas, Madrid, 1998) ha escrito la epopeya de su infancia y adolescencia en un libro que se abre con una oportuna cita de Dylan Thomas («La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque/aún no ha tocado suelo»), que es una metáfora del tiempo de esta etapa de la vida, que da por cerrada el final de su poema «Abierto para jugar» («Llora un niño a la vez que la pelota/ está tocando suelo»). Poesía urbana, cuyo espacio de composición son los trenes, los autobuses y los metros. Pero, sobre todo, poesía de ahora y de siempre, cuyo epicentro -si así puede llamársele- no es otro que las mil caras de la cotidianidad: de una cotidianidad salvada al ser transcrita al máximo de sus posibilidades y, mutada , más que en lo que es, en lo que su poetización nos la convierte. Su título es una enseña de ello: de cómo todo lo humano acaba siendo biodegradable. Con humor, con ironía, con nostalgia y, parapetado en la coloratura de la lengua coloquial, que tan bien domina, su territorio poético limita tanto con el análisis como con la elegía. Y en los poemas breves, más que en los largos, es en los que su maestría se nos muestra con mayor acierto e intensidad. «In memoriam» es un inventario de las cosas queridas que quedaron atrás, aunque nunca del todo: como ese «caballito de monedas» que «sigue galopando, cogiendo polvo y frío, en el mismo lugar» en el que lo dejamos, o «las tienda de chuches que hace esquina en el barrio» y que no existe ya. Darío Márquez cataloga situaciones y escenas, instantes y objetos, a partir de los cuales realiza un recorrido doble por el ir y venir de la memoria y los espejismos de la realidad, porque ser reales consiste precisamente en no serlo y permitir que la imaginación complete los huecos que aquella tenía y que, sólo vistos a distancia, adquieren su auténtica significación e identidad. Con un sistema referencial que acoge a la mitología- como en «Cupido, me sincero» o «Cuenta atrás», en que se alude a las tres Parcas- Darío Márquez ha construido un libro propio y personal, en el que los poemas que más destacan son «Septiembre», «Otoño», «Salida de excursión», «Amigo invisible», «Duelo a un ser querido», «Abuela», «8:00 de la mañana», «Desde un árbol» o «Invitación»- éste último a partir de una cita del poeta y traductor Salustiano Masó- a los que hay que añadir porque tal vez sean los mejores del libro: «Separación de bienes», «Tinieblas» e «Inventario». Fecha de caducidad nos descubre a un poeta joven que analiza cuanto constituyó su mundo y que lo hace desde una palabra que no suena a artificio sino a verdad. Nos transmite así un universo inmediato a todos, pero que él nos hace con y desde su escritura conocer. En este sentido su poesía es desvelamiento expresado con contenida emoción. Por eso hay en ella tanta modernidad como clasicismo: porque no busca sorprender con imágenes sino ponernos delante del espejo de la realidad- no como quería Stendhal que la novela lo hiciera sino como sólo puede hacerlo la poesía de verdad.

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