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Tres mujeres

‘La verdadera historia de Matías Bran’, una novela de ritmo cinematográfico que acercan lo mejor y lo peor de unos años que empezarían a intentar cambiar el mundo.

Tres mujeres

Este libro ya lo había leído hace mucho tiempo. En el año 2011. Me deslumbró. Ya en el primer párrafo. La importancia de ese primer párrafo la conocían bien, y se la aplicaban con idéntica eficacia, Billy Wilder y Gabriel García Márquez. Miren: «Matías Bran saca la pistola de la caja de herramientas. Por la ventana abierta apenas entra luz. Un día estrecho, cargado de lluvia, roza su fin. Matías Bran se tumba en el sofá y se mete el cañón en la boca. En la calle ladra un perro». La sequedad de las frases, el movimiento que se contrapone a la solitaria quietud del escenario, el estruendo del agua que acompaña el clic del percutor amartillando la pistola. La pistola. La boca cerrada sobre el cañón. El ladrido que rasga la cortina de lluvia y anuncia lo que a lo mejor nunca sucederá, al menos hasta que esta novela siga dando vueltas en nuestra cabeza años después de haberla leído con auténtica fascinación. Deslumbramiento y fascinación. Y no piensen ustedes que exagero. Estoy hasta el gorro de la escritura pálida, de los éxitos prefabricados, del gato por liebre que cada día nos ofrecen las que me gusta llamar multinacionales del asco literario. Si les gustan esos productos banales, cuyas portadas van rodeadas de una faja donde se dice que no podemos perdernos esa «obra maestra», si ésa es la literatura que a ustedes les gusta, pueden pasar tranquilamente de estas palabras mías y de la novela que la cuentan. Y tan amigos.

Es este libro el primero de una supuesta trilogía. Hasta la fecha, Isabel Alba nos ha ofrecido la primera parte cuyo título es ‘La verdadera historia de Matías Bran’, que va acompañado de un subtítulo: ‘Libro I: El recinto Weiser’. El tiempo del prólogo que encabeza estas líneas es 2010 y transcurre en Madrid. Apenas unas páginas. Luego, ya la historia que comienza en 1898 y concluye en 1920, con flecos que la alargan hasta ahora mismo. Casi siempre en Hungría. Los años en que el mundo se adentra en los convulsos movimientos políticos y sociales que Isabel Alba nos descubrirá en su más compleja dimensión individual y colectiva. El reformismo o la ruptura. El consenso entre la socialdemocracia y la burguesía para que todo siga igual o la revolución. La lealtad o las huidas. La guerra como esa forma tramposa de camuflar los privilegios de clase bajo el manto del compromiso en la defensa de la patria. El tiempo de antes y el de ahora se juntan para dejar bien claro que la lucha de clases nunca ha desaparecido en ningún sitio, digan lo que digan quienes construyen la historia a su imagen, semejanza y, sobre todo, beneficio. Los triunfos de unos y de otros, que siempre serán triunfos provisionales porque la lucha política e ideológica seguirá protagonizando incansablemente las vidas de sus personajes principales. La realidad y la ficción en una novela que te enrabieta y te conmueve al mismo tiempo. Que está escrita con un ritmo y una estructura que remiten a lo cinematográfico. Que nos acerca lo mejor y lo peor de unos años que empezarían a cambiar el mundo, o al menos a intentarlo. Y por encima de todo lo demás: las mujeres en el centro de la historia. Las mujeres.

Camina Rosa Luxemburgo por las calles del miedo, hasta que su cuerpo será destrozado por quienes han hecho de la historia su marrullera forma de convertirla en un despreciable catálogo de traiciones. Y a su paso, con ella, esas tres presencias que son de lo mejor que podemos encontrar en ninguna otra novela: Örzse Brasz, Emma Fräter y Annuska Mickiewicz. La lucha de esas mujeres incansables, que saben del amor y la resistencia revolucionaria, que descubren y denuncian lo que antes les decía de la guerra como defensa de los privilegios de clase. Las palabras de Annuska a la cara podrida de Frank Berg, que ha perdido un brazo en el campo de batalla, en esa guerra que tanto defendía: «… si todos, Frank, nos hubiéramos negado a empuñar un arma y a fabricar una bala, Mári estaría viva y tú estarías con ella y la apretarías contra tu pecho con los dos brazos. ¿Por qué no dijimos no, Frank? ¿Por patriotismo? ¿Por amor al emperador? Escupo en la patria, Frank, me cago en la bandera; maldigo al emperador y a su pútrido honor que huele a mentira y a vergüenza, la que no tiene». Me suenan como de ahora estas palabras lejanas en el tiempo. No sé si a ustedes.

Y como espacio simbólico, esa fábrica Weiser en que, desde la proletarización que venía del campo, tendrán lugar todos los aprendizajes, en que la palabra saltará desde el estrado improvisado a la multitud desbordada por la indignación, en que las mujeres se abrirán paso sin que el miedo las acobarde y serán sus vidas parte imprescindible de la memoria colectiva. Esa memoria que se escribe en las últimas páginas de esta novela memorable: «La memoria es la facultad que nos resta a los vencidos», aparece en uno de los cuadernos de Matías Bran. Y poco más abajo: «Borrarla es el adjetivo de los vencedores». Y finalmente, ya en agosto de 1968, con la letra francesa de Isabelle Eckert: «Preservarla es nuestro deber para con la humanidad». Una memoria que es un siglo de luchas por la dignidad, que, aunque centrada en Hungría principalmente, no deja de lado ninguna de esas luchas: hasta alcanzan las de Río Tinto, en Huelva, con esos niños evacuados a Madrid porque sus familias, en huelga contra la británica Río Tinto Company Limited, no podían mantenerlos.

Leí esta misma novela en el año 2011. Nada de lo que sentí entonces ha cambiado en esta nueva lectura. La fascinación y el deslumbramiento. No sé si Isabel Alba completará alguna vez la trilogía anunciada. Ojalá que sí. Pero mientras llega o no llega esa aspiración, podemos leer una y mil veces ‘La verdadera historia de Matías Bran’. Una y mil veces, les digo. Y desde aquí les aseguro que no se cansarán. Para nada se cansarán. Para nada.

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