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Poética de la conjugación

La última entrega de María Angeles Pérez López es una reflexión sobre el tiempo y del fundirse la poeta en él para abrazar lo individual y lo universal.

Poética de la conjugación

El poema en prosa se ha convertido en los últimos dos siglos en uno de los signos literarios más representativos de nuestro tiempo. Y digo de los signos y no de las formas, porque éstas quedan por completo asumidas en él de un modo que ningún otro tipo de verso ni de composición podría hacer viable. Sé que muchos lectores desconfían del poema en prosa porque no se sienten a gusto en él. A ellos habría que recordarles los ejemplos de Aloisius Bertrand, Baudelaire y nuestros modernistas, Pasión de la tierra de Vicente Aleixandre, y Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano de Luis Cernuda para que se dejaran convencer. Pero si eso no bastase, habría que añadir la prueba de validez del poema en prosa que -como la de todos los poemas estén escritos en verso libre o en verso clásico- no es otra que la de su necesidad, entendiendo por tal la imposibilidad de expresar su contenido en otro modo que no sea aquel en que su misma condición y realidad lo exige. Incendio mineral corresponde a una autoexigencia poética absoluta. Hay en él una irrenunciable indagación expresiva, un desnudamiento máximo y ese íntimo impulso creador que Juan Ramón Jiménez comprendió mejor que nadie y que implica la acotación de un territorio lírico sui generis, en el que no hay prosa ni verso sino POESÍA en sí. María Ángeles Pérez López ha tenido la valentía de adentrarse en él y de recorrerlo en un viaje iniciático que tiene mucho de experiencia ascética, búsqueda interior y ruta de un ritual. Esa es su singularidad, su intensidad y su belleza. Y su moral del texto también porque no incurre nunca en concesiones fáciles ni en formulaciones poéticas al uso, de las que el lector se empieza ya a cansar. María Ángeles Pérez López se enfrenta a su objeto poético en la mayor tensión y soledad y con todas sus múltiples consecuencias, incluido el riesgo de incomprensión. Pero su libro es tan sorprendente que hay que destacar todos sus valores, empezando por la inteligencia de su planteamiento («Mi cuerpo choca contra los pronombres. No sé a cuál de sus exigencias obedezco»), sus pertinentes alusiones mitológicas (Ariadna y Penélope, Ítaca y Caronte, lo clásico y lo bíblico), la acertada inclusión de un excelente verso de María Ángeles Maeso (¿Quién crees que eres yo?) y la clarividencia de que no sólo ella sino toda su escritura es «una herida en el lenguaje». Expuesta con estas premisas, su poética- definida por Julieta Valero como «poética de la conjugación»- capta «el lienzo invisible que cosió la mañana» y objetiva un gran poema de amor como «Desciendo hasta tu cuerpo y me oscurezco», en el que la más inmediata realidad es poetizada a partir de algunos de sus más claros referentes («Atrás quedan las horas insulsas, los platos de comida precocinada que se adhieren al plástico, los teléfonos que suenan sin que nadie conteste») para ser sustituida por otra no menos real, pero sí mucho más verdadera: «Cuando entro en ti, todo se borra...» ; «Cuando entro en ti, la noche me posee». La percepción de lo nuevo está patente en «Baja el polen como baja la nieve» y «Un zumbido blanquísimo sujeta la mañana». Otras veces es la directa relación con las palabras las que le permite establecer una cadena simbólica que une las hormigas sobre el asfalto con un poema de Ezra Pound y que nos lleva a reconocer o descubrir «la luz y verdad de lo inasible». Y todo ello, al ritmo y al compás de las palabras, que riegan su espacio interior y que traen la transpiración de «lo inmutable» y «el noble territorio de lo ausente», metáfora aquí de los últimos momentos del padre: un modo de elegía caracterizado por su decidida innovación. Las posibilidades de la etimología, aplicada aquí a su primer apellido, permiten a la autora autoafirmarse en sus momentos bajos. La sensación del tiempo, unida a la de la vivencia del amor, se despliega desde la contemplación de una manzana y entonces esta escritura se vuelve tan metafísica como la pintura de Morandi. «Sacramento y unción de la materia» esta poesía es -y a la vez- «alfabeto y fulgor» y la formulación poética más próxima a Francis Ponge, hecha en nuestra lengua.

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