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El elegante seños Billy Wilder

Jonathan Coe ha construido una novela que divierte, intriga e instruye. Una recreación, no solo para cinéfilos.

Billy Wilder

Jonathan Coe tiene esa rara habilidad, necesaria para todo escritor digno de ese nombre, de traicionar la realidad inmediata para crear otra -irreal pero verosímil- partiendo de ella misma. Capacidad para trastocar lo sucedido y lo que esta sucediendo o por suceder, con formas y acentos diferentes a los que acompañan a una simple acumulación de palabras. Vislumbra otra «realidad» verosímil con la que podamos empatizar. La realidad, por muy estrafalaria o anodina que pueda parecernos, cobrará nueva vida ante lo «irreal» o imaginado. Algo muy sencillo y muy difícil al tiempo.

Jonathan Coe (Birmingham, 1961) autor de novelas inolvidables: El club de los canallas, La lluvia antes de caer, Expo 58, El número 11 o El corazón de Inglaterra, entre otras, consigue todo lo dicho en su última novela El señor Wilder y yo. Sin alardear y con una trama bien sencilla el escritor recrea, a su gusto, al genial Billy Wilder. Y lo hace contando, hilvanando, matizando y valorando la obra de su director de cine favorito, removiendo ese no-se-que-más que nos prende desde las páginas iniciales y que, casi sin pretenderlo, nos hace empatizar con Calista, una mujer de mediana edad, griega de nacimiento, casada y con dos hijas jóvenes (una embarazada y la otra a punto de marcharse a Australia), aficionada y obsesionada con la composición musical.

La acción dramática comienza en 2013 en un plomizo enero londinense. Calista, al compas de su memoria, visualiza los principales escenarios de su vida pasada hasta darse de bruces con un presente poco estimulante en el que descubre que «la gente joven no se fija en los sentimientos de sus padres». Sus hijas, sin ir más lejos, «viven en un bendito estado de sciopatía en lo que respecta a los sentimientos de sus padres». También que sus gustos y aficiones difieren de los de su esposo Geoffrey y, de que está convencida de sus capacidades musicales por las que no ha obtenido reconocimiento.

Calista vuelve con su imaginación a los lugares donde, sin aparente razón, se fue tejiendo su vida. Viajamos hasta Los Ángeles donde conoció a un elegante y crepuscular Billy Wilder sin tener idea de quién era ni de lo que representaba en el mundo del cine. Conocerlo además en un singular y estrafalario restaurante propiedad del cineasta. Un estadounidense peculiar que hablaba inglés con marcado acento alemán. Un inesperado anfitrión que acompañado de su guionista y amigo íntimo Iz Diamond y sus esposas, demostraba ser un refinado gastrónomo, amante de las ostras y el buen vino. El encuentro, casual y hasta forzado, cambia, radicalmente, la vida de Calista. A partir de ese momento el cine, el cine de Wilder, el rodaje y la filmación de Fedora le aproximarán a una vida apasionante por la que se ve deslumbrada y sobrepasada. La persistencia de Wilder por rodar parte de su película en una isla griega la convierte en traductora del equipo de rodaje y en algo así como asistente personal para facilitar las entrevistas del genio con la prensa. El giro «profesional» le llevará no solo a nuevos escenarios en la propia Grecia, Múnich y París sino a conocer a uno de los mayores compositores del siglo XX, el húngaro Miklos Rozsa (el «doctor Rozsa») autor de la banda sonora, entre otras, de cintas como: Perdición, Ben-Hur, El Cid, Días sin huella, Quo Vadis y La vida privada de Sherlock Holmes. La enérgica música de Rosza, dotó de un potente impacto sonoro a las películas de su tiempo, muy superior -salvo excepciones- a la ramplonería habitual de las actuales corrientes musicales en el cine.

Este nuevo encuentro, facilitado una vez más, por la intermediación de Iz, lleva a Calista a intentar (sin apenas conseguirlo) comprender el fenómeno cultural; la poderosa influencia y fascinación masiva que ejerció y sigue ejerciendo el cine, el mundo de las pantallas y de las personas que lo hacen posible y se relacionan con ellas.

Jonathan Coe ha construido con El señor Wilder y yo, una novela que divierte, intriga e instruye. Una recreación, no solo para cinéfilos, en la que el propio Wilder con su regreso a Alemania «a donde esta el dinero» que se le niega para realizar Fedora, tiene la oportunidad de desenmascarar el negacionismo del Holocausto a través de la respuesta a la pregunta de un joven empresario. Sucede en la recepción de acogida a Rozsa. La respuesta convierte a Coe en guionista de cine por unas cuantas páginas. Este guion viene a ser el fondo de armario del relato, ese no-se-que-más que nos mantiene el ánimo despierto pese a la incertidumbre que nos rodea.

Novela, pues, que es también una crítica -desde la admiración y el respeto por el cineasta y su mundo- al cine, ese universo engreído y subyugante.

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