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El caminante

Una vida por el teatro

Antes de la pandemia tuvimos una larga conversación durante una cena, en la que compartimos experiencias sobre las dificultades de la gestión cultural con un ambiente político siempre hostil e incómodo, con independencia de quién gobierne. Ahora la enfermedad se ha llevado a Juan Vicente Martínez Luciano, profesor de referencia y brillante gestor cultural, cuya vida ha estado marcada por la pasión por el teatro y un profundo conocimiento de ese arte, que transmitía con entusiasmo a sus alumnos.

La elegancia natural y la ilusionada mirada de sus ojos, de un gris azulado, son los rasgos que vienen a la memoria al recordarlo. Yo los citaba en la descripción que introducía la entrevista que le hice en 2005 en Levante-EMV, cuando acababa de ser destituido como director de Teatres de la Generalitat por un conseller de Cultura de la Generalitat Valenciana que sustituyó al que lo había nombrado un año y medio antes. Parece que fue decisivo que apoyase las reivindicaciones del sector teatral para reclamar un mayor presupuesto en el llamado Manifiesto de Alcoi. Estas reclamaciones se producían ante unos fondos congelados para el teatro que contrastaban con lo que se estaba invirtiendo en el Palau de les Arts, a punto de inaugurarse. Y también con las cantidades que se habían destinado a montajes estelares en Sagunto de Las troyanas, sobre texto de Eurípides, con Irene Papas y La Fura dels Baus, y Comedias bárbaras, sobre textos de Valle-Inclán, con dirección de Bigas Luna.

Martínez Luciano recordaba en la entrevista cómo su cese, decidido por el entonces conseller Alejandro Font de Mora, no le fue comunicado por él, sino por la secretaria autonómica Concha Gómez en una entrevista que duró dos minutos. «Nada más salir llamé a mi esposa para decírselo, y en el trayecto en el taxi me llamaron para decirme que acababan de recibir un teletipo con mi cese y el nombramiento de Inmaculada Gil Lázaro», decía.

La falta de elegancia o simplemente de buena educación parece una constante en estos trances, que recuerdan la tradición del motorista que comunicaba los ceses de ministros y altos cargos en la dictadura. «Los responsables políticos no tienen ni remota idea de cómo funciona el teatro en todos los ámbitos. No conocen; no saben de qué están hablando», sentenciaba con cierta amargura, tras recordar que se le había reprochado que el Teatro Principal perdía dinero. «A ver qué manifestación cultural pública, sea un concierto, sea un museo, sea lo que sea, no pierde dinero». Pero no estaba arrepentido de haber aceptado la dirección de Teatres: «Algo sí hemos podido hacer, y he encontrado en este año y pico grandes personas, maravillosos amigos».

Aquella experiencia no le impidió aceptar en los últimos años la dirección del festival Sagunt a Escena, que condujo con éxito y espíritu innovador, pese a la exigua compensación y escaso reconocimiento político que recibió. Las dificultades no lo desanimaban, sino que alimentaban su voluntad de vencerlas, de seguir dedicando su esfuerzo y su vida al teatro.

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