Una retrospectiva, como su nombre indica, ha de ofrecer una perspectiva de un tiempo pasado. En este sentido, no cabe duda que esta exposición, que recoge más de 30 años en la trayectoria de Sanleón, constituye una excepcional oportunidad para conocer la complejidad sorprendente del trabajo de este singular artista. Articulada en torno a siete series bien definidas (algunas de ellas nunca expuestas en Valencia), el espectador puede disfrutar de casi un centenar de piezas entre dibujos, pinturas y esculturas teniendo bien presente, eso sí, que los límites disciplinares y materiales se tensan, fuerzan y hasta se retuercen -literal y metafóricamente- en las manos siempre inquietas de este pensador/hacedor tan inconformista como apasionado.
La muestra arranca con una obra realizada ex-profeso para la ocasión: un monumental laberinto de bloques de terracota que, a modo de flashback cinematográfico, da pie al resto de la exposición. El laberinto es una figura simbólica de dilatada tradición que encierra múltiples variaciones y concepciones, entre ellas: para no encontrar el centro/tesoro; para no poder salir de él o sencillamente para perderse. Magnífica metáfora existencial que resume y amplifica las posibles lecturas y sentidos de las series posteriores.
Sanleón es un artista de profundos contrastes, de blanco(s) y negro(s) infinitos que no excluyen el uso puntual del color siempre poderoso y profundo. Alguien capaz de manejar e integrar las contradicciones con una naturalidad asombrosa. Paradojas como manifestaciones de esa polaridad que nos define como seres humanos y que podemos rastrear en todo lo que decimos y hacemos. Persona más de hechos que de palabras, sus trabajos plasman, con la precisión de un sismógrafo, su sensibilidad y sus obsesiones, mismas que podemos rastrear en los títulos de las siete series, en todas y cada una de las diversas piezas exquisitamente seleccionadas y dispuestas en las diferentes salas.
Sus raíces abstractas y gestuales perviven a lo largo y ancho de esta muestra. Su búsqueda de lo esencial, de la naturaleza última de las cosas, se hace especialmente palpable en series como Paisajes, Domus Dei o Seu, incluso en la última serie: Devesa, donde ese gesto prácticamente caligráfico (escritura bella) incide en subrayar esa inconforme actitud de seguir explorando todo aquello que nos rodea desde una posición profundamente interiorizada.
Obras de gran formato e imponente presencia nos permiten saborear la amplitud de registros que ha ido dominando. La serie Manhattan de rotundidad arquitectónica y abstracción matérica o la serie Imagen compuesta, magnífico exponente de esa singular síntesis de grafías tan característica de Sanleón, donde la imagen fotográfica convive con el gesto manual, donde la materialidad objetual se yuxtapone con absoluta naturalidad con imágenes que parecen flotar en un universo mágicamente personal.
Es de justicia destacar el formidable uso y desarrollo que Sanleón ha hecho de dos principios casi fundacionales de las artes visuales del arte del s. XX: el collage y el palimpsesto. El primero nació con el cubismo y marcó una singular vida media entre el arte y la realidad, entre la presentación y la representación. El segundo fue planteado por Jacques Derrida a finales del siglo pasado y abrió las puertas de la deconstrucción, corriente que ya se ha disuelto y naturalizado en este s. XXI. El primero juega con la yuxtaposición, el segundo con la superposición, lo que le confiere una dimensión temporal mucho más marcada. Tiempos vividos, experiencias pasadas que nos forjan y marcan, tiempos futuros marcados por la incerteza, por lo imprevisible. Temporalidad teñida de eternidad y que nos lleva al concepto de trascendencia. Preocupaciones y ocupaciones magistralmente registradas, construidas gesto a gesto, obra a obra.
