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Complicidades

El IRPF como psicoanálisis

Me figuro que a la mayoría de los españoles el deber de hacer la declaración de la renta le supone un duro ejercicio espiritual, además de un inquietante acontecimiento económico, sobre todo si les sale paganini, que es como me suele salir a mí.

Digo lo de la mayoría, porque no estoy en la conciencia de todos los españoles, pero sí en la de más o menos el ochenta y siete por ciento, español arriba o abajo. Lo que me ocurre a mí le ocurre a ese porcentaje exacto en casi cualquier ámbito de la experiencia: yo también me llamo Erik Satie, como todo el mundo, por decirlo a la manera del inspirado compositor.

El resumen de mis ingresos y gastos, cada mes de junio, representa una suerte de censo de mis pecados y virtudes, porque el dinero no es un asunto material, sino la forma más objetiva que hemos encontrado para resumir los vaivenes del alma, junto con la poesía lírica, la música de cámara y las galerías y túneles del psicoanálisis. Tanto ganas, tanto gozas. Tanto pierdes, tanto sufres. Tanto tributas, tanta esperanza albergas en la resurrección de la carne, porque los impuestos son un acto de fe, incluso para quienes creemos -de modo condicional- en su existencia.

Cuando pago lo que pago, lo hago como quien deposita el resto de sus fichas de juego en el número 7 de la ruleta -por traer a colación un número de prestigio-, y después cruza los dedos. Por el amor de Dios, Jesusito de mi vida, que caiga en hospitales. Virgen misericordiosa, que vaya a la enseñanza. Santa Brígida incorrupta, provee un fondo especial para los escritores sin amparo. San Roque de mi niñez bendita, haz que no se pierda en mariscadas del Partido, al menos más allá de las inevitables (porque los Partidos, como sabemos, necesitan sus raciones de crustáceos, y de moluscos, y de chuletones de vaca vieja madurados entre cuarenta y sesenta días: el percebe es un principio ideológico que se inculca con facilidad entre los servidores públicos).

Voy a mi asesor fiscal cada año como quien acude a la cita con su terapeuta, para que me sitúe frente a mis fantasmas, frente a mis actos fallidos, frente a mis demonios conscientes e inconscientes. Y el caso es que salgo bastante deprimido, sobre todo por lo poco que gano, después de sesenta años de dar el cante por el mundo. Hace no tanto tiempo soñaba con la llegada de una era bucólica de mi biografía, en la que los leones de los honorarios pacerían con los corderos del consumo (o viceversa), a la orilla de un río sonoroso.

Pero aquí sigo. Sentado en el diván, departiendo con el pago fraccionado.

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