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Patio de luces

El asesor

Provocar a los apocalípticos y a las diversas beaterías de izquierdas (inclusividad, género fluido, redención de las putas aunque no quieran y otras formas de idiotez) es un ejercicio muy sano. Y el análisis más comprometido es compatible con el valor y, sobre todo, con la alegría. Y viceversa. Son, en gran medida, cosas que aprendí de Fernando Savater quien ahora parece que las está olvidando en su propio obrador de modo que si tuviera que hacer algún comentario a su columna del 10 de setiembre en El País, sintomáticamente titulada Negacionista, diría, le diría: «¡Cómo se nota que eres de letras, maestro!».

En la ciencia ambientalista no es revelador un resultado puntual que se parezca a otro del 1947 (el año de nacimiento de Salman Rushdie y Savater) sino una tendencia. Los tifones, las olas de calor o esas inundaciones que convierten una región rica y alemana en un paisaje bengalí devastado por los monzones, todo eso ya existía cuando se levantó la primera chimenea de la revolución industrial. Pero es su frecuencia e intensidad la que nos puso en alerta. Incluso cuando el Club de Roma se equivocaba: nunca hubo tantas olas de calor como en el último verano y acojona un poco comprobar que en los últimos decenios siguieron de modo constante una línea ascendente. Una modesta constatación personal: en mis chapuzones en la playa de l’Almardà, Sagunt, en los últimos cinco años no he podido disfrutar de una agüita fresca y tonificante. El mar entero parecía pipí recalentado. Todos los años.

La actividad humana se considera, de manera general y mayoritaria la causa más que probable de la emergencia climática y ese dato puede ser compatible, digo, con el crecimiento natural de los calores por hallarnos en una fase interglaciar. Los mecanismos de reforzamiento, de feed back, muestran su clara predilección por los fenómenos climáticos. Una región ártica con glaciares y casquetes de hielo bien constituidos se convierte en un punto frágil cuando el deshielo reduce el manto blanco y devuelve menos calor del que recibe regularmente, lo que acelera el calentamiento y la fusión de las nieves y hielos ya no tan eternos. El amor a los ositos blancos de Santa Lucía no es lo único que debería movernos.

El descubrimiento de nuevas amenazas apocalípticas es un género muy popular. Sant Vicent Ferrer (y también Arnau de Vilanova), glorias valencianas, seducían y capturaban la atención de sus audiencias, que unas veces eran iletradas y crédulas y otras príncipes poderosos, incluido algún papa, que se tomaban un analgésico antes de escuchar la tabarra.

Sí, el fin del mundo ha ocurrido varias veces, como dice Savater que decía Víctor Hugo. Tomemos con ineludible humor el hecho de que todos vamos a morir, una certeza, al menos estadística, que no precisa de refuerzos.

Nos va a hacer falta algo más que un abanico si queremos que la tecnología, bien dirigida por mucho que nos desagrade el verbo dirigir, ayude a reparar los daños que causó. Y para eso necesitaremos algo más que un antiguo asesor de Obama que nunca diría nada muy alejado de lo que espera oír el jefe.

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