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Complicidades

Desafinar en la ducha

Algunas actividades tenidas por menores deberían considerarse patrimonio de la humanidad (pero no patrimonio «intangible», como declaran absurdamente algunas cosas, sino patrimonio material, porque no es menos física, pongamos por caso, la música de Bach que las pirámides de Egipto).

En la lista de la Unesco yo incluiría dedicaciones como las siguientes: silbar descuidado por la calle, asomarse al balcón, mirar por la ventana mientras llueve, tomar café en las terrazas de los cafés, tumbarse al sol en la playa, bañarse al mediodía en agosto, la siesta, comer con los dedos, chuparse los dedos después de comer con los ídems, vagar por la ciudad propia, vagar por ciudades ajenas, partirse de risa, la cerveza acompañada de aceitunas rellenas, marcharse a que nos dé el aire, caminar descalzo por casa. Y por supuesto, cantar en la ducha, o, para ser más certeros, desafinar mientras cantamos en la ducha.

Cantar cuando se sabe hacerlo no tiene ningún mérito real, sea en la ducha o en un teatro de ópera. Eso lo hace cualquiera que tenga el don necesario. Lo verdaderamente asombroso es cantar cuando se hace de manera horrible y se es consciente de ello. Los crímenes vocales que cometemos algunos a conciencia suponen un ejercicio de supervivencia antropológica. Cantamos contra natura, contra la razón, e incluso contra la civilidad necesaria para vivir en compañía de seres humanos, y lo hacemos como homenaje a la existencia.

El acto de que los desafinadores desafinemos en cuanto se nos presenta la ocasión significa una heroicidad de la especie, que se sobrepone a las circunstancias adversas de la vida, y a las insuficiencias con que nace el individuo. Cantar como si tal cosa, sin importarnos las consecuencias de nuestros impulsos líricos, es la prueba de que el hombre está destinado a las alturas, aunque tal vez no las alcance nunca. Es el gesto gratuito por antonomasia, el verdadero arte por el arte de nuestra cotidianeidad. En especial si se realiza en la ducha.

Cuando cantamos en la ducha por quien sea -Nino Bravo o Sinatra, por el enigmático Engelbert Humperdinck de nuestra niñez o por Tom Jones- estamos realizando una acción de gracias dirigida hacia el universo en general y hacia nuestro mundo en particular. Presentimos el advenimiento de algo extraordinario, nos auguramos felicidades inconcretas, intuimos hallazgos sin nombre particular.

Los desafinados constituimos una secta benéfica para nuestras propias naciones y para las extrañas, porque somos la prueba viviente de que el optimismo es una obra en marcha que erige pequeños monumentos y que obra milagros. Si no nos importa que nos oigan desafinar en la ducha, nada puede destruirnos. El desafinado doméstico es un héroe de la modernidad. El hombre inmune.

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