lo que nos pasa

La investigación de Christine Martínez-Médale sobre su madre, Concepción y su hermano Antonio, nacido en la prisión de Ventas y probablemente robado.

lo que nos pasa

lo que nos pasa / Alfons Cervera

Alfons Cervera

Alfons Cervera

El azar. Todo estaba ahí, casi a la vista. En un altillo de la casa. Al fondo de un armario. Entre la ropa que revolvemos cada estación para ver qué toca ponerse frente al calor o la inclemencia del invierno. De repente alguien o algo señala el lugar donde se cruzaron un día las vidas de mucha gente. Y es como si también de repente esas vidas regresaran para que lo que fueron, muchísimos años atrás, dejen de formar parte de lo oscuro.

La madre está perdiendo la memoria. Apenas recuerda nada. Un hijo acaba de morir. Otra hija, Christine, intenta hablar con ella. No es fácil la conversación porque el lenguaje ya no sirve, si acaso el de los gestos. Y la madre señala y aún tiene fuerzas para decir que en un armario hay una maleta. En esa maleta hay muchos documentos. Entre ellos, una carpeta donde pone «Recuerdos». Pertenece a la mujer que está perdiendo la memoria. La madre de Christine Martínez-Médale, la hija que cuando regresa a Toulouse, donde vive, decide indagar en el tiempo que se cuenta en las páginas del cuaderno: «El secreto de familia que descubrí en él cambió mi vida para siempre».

La madre se llama Concha y había nacido en 1915, cuando «el rey Alfonso XIII reinaba sobre un pueblo dominado por la Iglesia Católica… Los obreros trabajaban sesenta y cinco horas por semana y las mujeres parían cinco hijos de media». Su hermano Mariano se ha afiliado al Partido Comunista. Ella lo sigue en los laberintos urbanos de Madrid repartiendo propaganda. Los pillan. La detienen. «Estoy fichada», se grita a sí misma. No llega a los veinte años. En la guerra se suma al combate. Miliciana. Lo cuenta la mujer desmemoriada en el cuaderno que se encontró la hija en la maleta olvidada en el armario de la casa familiar. El título de este libro que te llena de rabia y te conmueve no podía ser otro que el que es: La maleta de mi madre. Hay muchas historias como la que se cuenta en este libro. No todas, claro que no, pero conozco muchas desde hace muchos años. Pero además de la historia hay algo tan importante o más que la propia historia: la escritura. Cómo contamos lo que hemos vivido, lo que alguien nos contó alguna vez de viva voz o por escrito. La madre está perdiendo la memoria pero esa memoria está escrita en su cuaderno de recuerdos. Por eso es importante escribir, fijar como en roca dura lo que nos pasa, saber que si no escribimos todo acabará llevándoselo la maldita marabunta del olvido. «Tengo miedo de olvidar», escribe la mujer en su cuaderno. Tal vez por eso escribe.

El extrañamiento. Después de la guerra llegará el exilio. Los exilios. El marido, José, en Argelia. Ella en la cárcel casi tres años. En varias cárceles. En una de ellas nacerá uno de sus hijos: Tonín. Morirá a los dieciséis meses. Eso le dicen a la madre. Muchos años después hay indicios de que será Tonín uno de los cientos o miles de bebés robados en aquellos años. Todavía hoy, Christine Martínez-Médale, su hermana, sigue buscándolo. En el cuaderno de recuerdos, qué maravilla la escritura de Concha Illera Olivares cuando rememora los laberintos del exilio de su marido José Martínez de Velasco, un exilio que empezó a bordo del Stanbrook, la militancia en el PSOE desde su juventud, el papel que jugó en la dirección del partido al lado de Rodolfo Llopis y en la UGT con Pascual Tomás. Ya en Toulouse, la ciudad roja por sus casas rojas y por ser ciudad de acogida al exilio republicano español en sus diversas vertientes ideológicas. Como una traición viviría José el Congreso socialista de Suresnes en 1974. Finalmente él y Concha regresarían a España. Su hija Christine se quedaría en Toulouse y allí desempeñaría y desempeña todavía un papel importante en la política y la cultura de la ciudad. Un día sacaría a la luz el Cuaderno de su madre y lo completaría con su propio testimonio. Un testimonio lleno de memoria, de rabia a ratos, de una apasionada necesidad de descubrir lo que en su casa nunca le habían contado. Porque ahí radica posiblemente lo más importante de este libro de lectura necesaria: nunca le habían contado lo que ella luego descubriría en el cuaderno de su madre. Las preguntas: «¿Por qué no supe nunca nada de todo esto? ¿Por qué ni papá, ni mamá, ni siquiera Pepito, mi hermano mayor, me contaron nunca nada? ¿Cómo han podido callar todo este tiempo este terrible secreto?».

El pasado está ahí, sin pasar del todo. Lo rescatan la memoria, la escritura de ese pasado, la seguridad de que el silencio y el olvido le hacen daño al presente. La madre sabe que perder la memoria, como contaba Charlotte Delbo en su escalofriante libro Ninguno de nosotros volverá, es algo parecido a la muerte. Por eso escribe su cuaderno, para que todo cobre la vida que le robaron a su familia los tiempos del horror. Y al final de La maleta de mi madre está, como digo, el propio testimonio de Christine Martínez-Médale, inteligente, claro, seguro de que la razón, esa razón que Antonio Machado ponía en la cuenta de la República en tiempos de intemperie, está de parte de la memoria y nunca del olvido: «Sí, es un deber hablar, porque si se calla, si se olvida, nos convertimos en cómplices de los horrores perpetrados durante la Guerra Civil y más allá». Si pueden, no se pierdan la lectura de este libro, ¿vale? No se la pierdan.

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