El caminante

El silencio

Manuel Muñoz

Manuel Muñoz

El director musical del Palau de les Arts, James Gaffigan, pide a los músicos que, acabado el ensayo, mantengan un minuto de silencio antes de levantarse de sus asientos. El silencio es necesario después de un trabajo tan intenso y concentrado como un ensayo, para luego guardar el instrumento en su estuche, encender el teléfono móvil y sumergirse en el tráfico y los múltiples ruidos de la vida cotidiana. Así lo explicaba el músico norteamericano durante una mesa redonda de Amics de l’Òpera en torno a Tristan und Isolde de Wagner.

Esas palabras y mi reencuentro con una antigua foto junto al pianista ucraniano Sviatoslav Richter en el Palau de la Música de València me han recordado el memorable recital que este ofreció en 1990 con la sala casi a oscuras. Una lámpara de pie iluminaba el piano y la partitura. Richter salió decidido y se sentó ante el teclado. Pasaron unos minutos que parecieron siglos al público, algo desconcertado, antes de que el maestro pulsara las primeras notas. Creo que el programa estaba integrado por obras de Debussy. Luego he leído sobre Richter que tenía la costumbre de contar mentalmente hasta cien antes de atacar el primer compás.

Siempre se ha dicho entre los profesionales que los silencios también son música, y no hay nada más cierto. «El silencio es tan importante como las notas mismas», dijo Mozart. La música no es sino una inteligente distribución entre sonidos y silencios que se combinan. En la notación musical hay tantas figuras para escribir silencios como para sonidos, según su duración. Administrar adecuadamente los silencios es muy importante, pues una entrada en falso de uno o varios instrumentos puede arruinar una interpretación.

En cualquier caso, el silencio que pide Gaffigan a sus músicos o el que guardaba Richter antes de empezar un concierto no están escritos en la partitura. Son de concentración, para hacer una adecuada transición del silencio a la música o de la música al silencio. Aunque no siempre se respeta, Gustav Mahler pide una pausa de cinco minutos después del extenso y profundo primer movimiento de su Segunda sinfonía, Resurrección. Pretende separar claramente la primera parte de la segunda, que son los otros cuatro fragmentos. Y en esa obra también es muy importante el silencio del que surge la estremecedora entrada en pianissimo del coro en el cuarto movimiento.

Hay algunas obras, como la Sonata para piano nº 32 de Beethoven, la Sinfonía Patética de Chaikovski o Tristan und Isolde, que acaban suavemente e invitan a un silencio del público antes de romperlo con los aplausos. El compositor norteamericano John Cage tiene una obra titulada 4’33’’, para un instrumento o grupo de instrumentos, cuya partitura contiene una única palabra latina: Tacet (Calla). Se trata de guardar silencio durante cuatro minutos y 33 segundos. Sirve para «escuchar el silencio», algo que se hace cada vez más difícil. Dijo Paul Éluard que hay otros mundos, pero están en este. Puede que uno de ellos sea el silencio.

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