Imágenes grabadas a fuego nuclear

El primer volumen de ‘Pies descalzos’, uno de los mejores cómics de la historia.

El primer volumen de ‘Pies descalzos’, uno de los mejores cómics de la historia. / Álvaro Pons

Álvaro Pons

6 de agosto de 1945. No hace falta decir mucho más: el infierno que desató la primera bomba atómica lanzada en Hiroshima dejó al mundo sin palabras. Keiji Nakazawa era un niño de solo seis años ese día, cuando el cielo explotó, consumiendo en una bola de fuego ardiente a más de 5000 grados todo lo que encontraba a su paso. Milagrosamente sobrevivió, protegido por el muro de la escuela mientas la mujer con la que hablaba recibía un impacto directo de calor y radiación que la convirtió en una estatua de cenizas. Es muy difícil imaginar lo que sufrió ese niño, pero décadas después, Nakazawa decidió contar ese horror, primero en pequeñas historias que recordaban las imágenes grabadas en su memoria con el fuego nuclear, después comenzando un largo relato de más de 2000 páginas que le llevaría casi una década terminar, Hadashi no Gen, que se reedita en España en una cuidada edición de cuatro volúmenes como Pies descalzos. Una historia de Hiroshima, de Keiji Nakazawa (Distrito Manga, traducción de Víctor Illera y María Serna).

Imágenes grabadas a fuego nuclear

Imágenes grabadas a fuego nuclear / Álvaro Pons

No resulta fácil hablar de una obra que, en apenas un centenar de páginas, es capaz de mostrar el mayor espanto que la humanidad ha conocido de una forma desgarradora. Nakazawa se demuestra como un narrador dotado, discípulo aventajado de Tezuka que va introduciendo al lector en la dura vida de una familia asediada por la guerra, pero también por el acoso de los vecinos, que tildaban de antipatriota al padre del dibujante por sus ideales contra la guerra. No es difícil empatizar con el sufrimiento de quien recibe palizas, con aquellos a los que se les niega el alimento, con los que son apedreados por desear la paz y negarse a empuñar un arma, entrando en la vida de la familia del pequeño Gen de su mano, riendo sus lances y maldiciendo las desgracias que les infligen, conociendo la realidad de una sociedad que no era tan monolítica como la propaganda afirmaba, descubriendo la dureza que ya de por sí tenía vivir el día a día en Hiroshima sin necesidad que la guerra lo hiciese más complicado.

Imágenes grabadas a fuego nuclear

Imágenes grabadas a fuego nuclear / Álvaro Pons

Pero, entonces, a 600 metros de altura, estalló Little Boy.

Un fogonazo de luz que dejó ciego a quién osó mirarlo. Un huracán imparable de viento y fuego que los destrozó todo. Y una radiación mortífera que lo contaminó todo. Apenas unos segundos para destrozar las vidas de cientos de miles de personas. Solo una fracción ínfima de tiempo para cambiar la historia. Los recuerdos de Nakazawa son tan nítidos como sus dibujos: el dolor infinito de unos supervivientes que veían su carne deshacerse, el drama de ver a los tuyos consumirse sin poder hacer nada o los lamentos de los moribundos como sonido omnipresente se entremezclan hasta conseguir un relato casi insoportable para el lector, sabedor de que lo que se cuenta es real. Es el «yo lo vi» de Goya llevado al máximo exponente de la crueldad humana.

Pero el autor sigue contando su historia con un relato todavía más sobrecogedor: lo que vino después de la bomba. Las montañas de cadáveres descompuestos, el hedor insoportable, las nubes de moscas o la radiación que seguía matando lentamente se mezclaron con un país en descomposición tras la derrota donde la ley del más fuerte se convirtió en la única regla. Memorias de la miseria humana que Nakazawa narra sin ahorrarse ni un detalle, sin dejar un pequeño resquicio a la misericordia, componiendo una reflexión inapelable contra la guerra, una obra maestra del antibelicismo que es, también, uno de los grandes exponentes del noveno arte.

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