Szymborska

‘Poesía Completa’ recoge por primera vez en una lengua que no es el polaco toda la poesía de Wisława Szymborska; Premio Nobel de Literatura en 1996 y que estuvo al margen de los movimientos literarios

Wislawa Szymborska

Wislawa Szymborska

Jaime Siles

Jaime Siles

La literatura -como casi todo lo humano- es un producto histórico, determinado por las condiciones de todo tipo que constituyen el contexto en que se generó. La obra de la escritora polaca Premio Nobel en 1996, Wislawa Szymborska (1923-2012) no es una excepción. Así se explica el abrupto corte que se observa entre su escritura inicial - Canción Negra (1944-1948), Por eso vivimos (1952), Preguntas a mí misma (1954)- una segunda ,que podría denominarse de «transición»- representada por Llamando al Yeti (1957) y Sal (1962)- y una tercera, de absoluta madurez, que integran libros como Mil alegrías-un encanto- (1967), Si acaso (1972), El gran número (1976), Gente en el puente (1986), Fin y principio (1993), Instante (2002), Dos puntos (2005), Aquí (2009) y Hasta aquí (2012). En los primeros, como no podía ser menos, se tematiza la dura experiencia de la segunda guerra mundial, la ocupación nazi de su país, el holocausto y la aparición de lo que llama «la realidad de las palabras», así como una ingenua creencia en las promesas de la política soviética y una poética en extremo ortodoxa y sumisa a las consignas del realismo socialista. En su segunda etapa se advierte ya un notable cambio, en que sigue la estela de Eurípides, de Heráclito, de Horacio y de los clásicos grecolatinos en el uso de temas y motivos, optando por un manejo del lenguaje que lo aproxima, por la atrevida acuñación de términos compuestos, al idiolecto de Celan. La ironía empieza a hacer su aparición: «Todo es mío, nada en propiedad, /nada en propiedad para la memoria, /y mío solo mientras miro» o «las diferencias se encuentran en las semejanzas /como en el blanco todos los colores». Todo ello, con ecos de la Biblia, y un tímido culturalismo, que luego se irá acentuando, como también la atracción por lo onírico, patente en un poema como «Sueño»: «Vaga por oscuridades desde nunca apagadas,/por vacíos abiertos hacia sí para siempre». En los años sesenta del pasado siglo su concepción poética cambia y descubre lo que llama «La alegría de escribir» y las leyes del negro sobre blanco, que rigen un mundo sobre el que la autora no sabe si posee un poder absoluto y en el que el tiempo y el espacio de la memoria conforman su territorio poético usual. Destacan en esta fase el tratamiento irónico de «La estación de ferrocarril», «Pietà», «Inocencia» y «Escrito en un hotel» y también «Censo» y «Monólogo para Casandra», en los que la guerra de Troya vuelve a ser un elemento recurrente de su sistema referencial. En «Película de los años sesenta» se cita un conocido verso de Virgilio, mientras en «Tarsio» el tono recuerda al de algunos de los poemas de Ángel González escritos en las mismas fechas. En los años setenta los intertextos son de Plauto, San Agustín y Descartes , y su fe es ahora «fuerte, ciega y sin fundamento». En «Salmo» se le da la vuelta a Terencio y el escepticismo aumenta: «El mundo confía más en lo que ve que en lo que escucha» y se afirma que «la muerte goza de trato preferente». En la década de los ochenta el ácido humor se alía con la inteligencia: «Y todo esto bajo un cielo por naturaleza sin cielo/en el que se pone el sol sin ponerse en absoluto/ y se esconde sin esconderse». Su pensamiento poético ha evolucionado: «Escribe -dice- como si nunca hubieras hablado contigo mismo/ y te evitaras». Hace un cuidado uso del coloquialismo y prefiere «el infierno del caos al infierno del orden» y la crítica al sistema político se acrecienta. En los noventa sus rasgos distintivos son «el éxtasis y la desesperación» y profundiza en el complejo y denso «bordado de las circunstancias» y se aferra a la poesía «como a un oportuno pasamanos». Ahora «Lo real representa lo real» y «por eso es mayor su misterio». «Comedietas» recuerda a los poemas a los tontos del cine de Alberti. Y en la última etapa advierte cómo «los detalles/ no han entrado aún en el campo visual». Poemas excelentes como «El viejo catedrático», «Perspectiva», «Monólogo de un perro enredado en la historia», «Estatua griega», «Terroristas», «Vermeer», «Confesiones de una máquina lectora», «Hay quienes», «Cadenas» o «Reciprocidad» dan cuenta de la alta calidad de esta valiosísima escritura. Esta recopilación de su obra añade al mérito de recogerla toda por vez primera en una edición el de unas brillantes versiones poéticas, a las que una sola objeción puede ponérseles: que en las páginas 183 y 184 los nombres de los pueblos itálicos primitivos han de ser adaptados a sus respectivas acuñaciones en nuestra lengua.

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