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Demografía

Antella lidera la pérdida de habitantes y su envejecimiento activa las alarmas

El censo de población cae un 25 % desde el año 1996 - Los vecinos constatan que esa merma, que ha provocado una reducción de servicios y la proliferación de casas vacías, se nota en la calle

Dos vecinos, el jueves, toman el sol en un banco a la entrada del pueblo. vicent m. pastor

La conocida en su día como «la pequeña València», envidia del resto de municipios de la Vall de Càrcer o Vall del Xúquer ya que llegó a disponer de dos cines, teatro e incluso una discoteca, según recuerdan sus vecinos, lidera actualmente los índices de despoblación en la Ribera tras perder un 24,5 % de sus habitantes en poco más de dos décadas. El último padrón publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) computa a 1 de enero de 2019 un total de 1.175 vecinos frente a los 1.558 que contabilizaba en el año 1996. Aunque ha habido oscilaciones, nunca en todo este período se ha superado esa punta.

La pérdida de población no es, además, el único problema que arrastra desde el punto de vista demográfico la localidad que alumbra la Acequia Real del Júcar. Se trata de una población envejecida. Pocos niños y muchas personas mayores. El índice de envejecimiento, un parámetro que pone en relación los vecinos mayores de 64 años con los menores de 16, se sitúa en un 288,2 %, muy por encima de la media provincial (117,2 %) y de la autonómica (119,2 %), según datos correspondientes al año 2018. El saldo migratorio es negativo en los últimos años. También se registran cada año bastantes más defunciones que nacimientos y los jóvenes que abandonan el pueblo para estudiar o en busca de un empleo, rara vez regresan. La pérdida de población tiene como consecuencia directa una pérdida de servicios.

Una sensación que está en la calle

«Claro que se nota la pérdida de población, se nota en todo. Yo he conocido en Antella hasta cuatro hornos y hoy, hornos, no quedan, nos traen el pan de Alberic -existen dos despachos abiertos y un supermercado que también vende pan-; desde que se jubiló hace un año más o menos el propietario del último horno, se acabó», relata Vicente Mateu.

«Para comprar un tornillo tienes que ir fuera», apostilla la alcaldesa, Amparo Estarlich. Casualmente, no es la única que utiliza esta expresión. Estarlich, por su parte, señala que la pérdida de población tiene como consecuencia directa un descenso de la asignación de fondos que realiza el Estado. «Nos pagan a razón del número de habitantes, cada vez hay menos y cada vez tenemos menos recursos del Estado para mantener el pueblo», comenta la alcaldesa.

El diagnóstico que realizan los vecinos es similar. Antella ha sido y sigue siendo un municipio eminentemente agrícola -un sector en grave crisis que resulta poco atractivo para las nuevas generaciones- y los jóvenes tienen que salir fuera para buscar trabajo. «Tengo cuatro hijos y menos el que no está casado, todos se han ido fuera, y así en todas las casas», resume Mª Dolores Martínez, a la vez que señala como otra consecuencia de la despoblación la presencia de numerosas casas deshabitadas. «Antella ha pedido barbaridades de gente, en mi calle, que es una calle larga, sólo vivimos en cuatro casas y hay viviendas preciosas, pero o bien han fallecido los propietarios o los hijos se han tenido que ir fuera. Si no hay trabajo para la gente joven, no hay solución», argumenta, mientras toma una infusión en la cafetería el Molí con Pepita Lozano, quien no duda en refrendar que en su calle hay más vivendas vacías que ocupadas. «A la calle le falta vida. La gente joven se tiene que ir para buscarse la vida y el que se va ya no vuelve», comenta.

Esta vecina recuerda que hace años Antella estaba más poblada «y tenía más servicios que Càrcer». «Los de Càrcer nos tenían envidia», evoca, antes de concluir con resignación que la situación ha cambiado. «Antella era antes la pequeña València, la conocían así en muchos sitios porque había cines, había discoteca..., pero hoy es que no hay casi nada. No hay fábricas, tenemos una peluquería, había tres bancos y sólo queda uno. Para comprar un dedal y un carrete de hilo para coser tienes que ir a Càrcer. Allí está el almacén de Muñoz y se nota, hay dentista, hay de todo y allí sí se puede vivir, pero aquí no hay zapatería, no puedes comprar un dedal, ni una colonia. Para todo tienes que coger el coche porque el servicio de autobús tampoco es bueno», lamenta Dolores Martínez.

L'Assut anima el verano

Sin salir de la cafetería, Francisco José García expone que echa en falta un horario más amplio de servicios médicos. «A mediodía cierra y tienes que ir Alberic, antes tenías el médico en el pueblo, ibas a su casa y siempre te visitaba», comenta. En idéntico sentido se pronuncia Juan Bautista Vila. «Claro que notamos que hay menos población. Aquí han llegado a haber cuatro o cinco bancos y hoy en día queda uno que, a la mínima, cerrará y nos tendremos que desplazar a Alberic, Xàtiva o Alzira. La asistencia médica acaba a las tres de la tarde y si pasa algo tienes que ir al ambultorio de Alberic o al Hospital de la Ribera, cuando antes el médico vivía en el pueblo y estaba las 24 horas», expone Vila. Este vecino detalla que ha llegado a conocer hasta trece bares y tascas en el municipio y ahora únicamente hay cuatro. Algunos sólo abren por la mañana y otros no lo hacen todos los días. «No es el servicio de antes, ha bajado todo», comenta.

La propietaria de la cafetería El Molí, Mª Isabel Micó, reconoce que «antes venía mucha más gente» y, salvo en los meses de verano en que el tirón de l'Assut propicia una afluencia elevada, el negocio en invierno «no rinde lo mismo». Es uno de los establecimientos que solo abre por las mañanas, aunque lo hace todos los días del año. «Falta vida en el pueblo», sentencia.

Paquita Navarro confirma la sensación general que la pérdida progresiva de población se nota en el día a día. En su calle, enumera hasta ocho casas vacías. «El pueblo, claro que lo nota, se nota en todo, no hay demasiada vida, han ido cerrando comercios -el ayuntamiento contabiliza actualmente once tiendas y cuatro bares-, la gente joven sale en busca de trabajo y se va quedando un pueblo de gente mayor», repasa. En su caso, dispone de vehículo que le permite desplazarse ante cualquier necesidad, pero reconoce que echa de menos algo más de ambiente. «Lo bueno de estos pueblos es que se conoce todo el mundo, vives muy tranquilo y tienes libertad para ir al vecino a pedir cualquier cosa que necesites y es una lástima que se pierda. Igual que en verano te sentabas a la puerta de la calles y hablabas con otros vecinos. Ahora todo se acaba, demasiada tecnología», lamenta.

María José Mompó recuerda los años en que Antella tenía «de todo». «Tenía almacenes, cines, discoteca, todo tipo de tiendas y hoy en día, si quieres comprar un botón, no puedes, te tienes que ir fuera». «No tiene solución, cada vez va a menos y si no hay solución en la agricultura... Antella tiene una población muy envejecida». La estadística, así lo confirma.

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