Un joven de Alberic ya vende moda ‘vintage’ a media Europa

Iván Ripoll, de 28 años, convierte en negocio su afición por la ropa de segunda mano de gran rareza en una apuesta por la sostenibilidad

Ripoll organiza la ropa que vende a través de internet.

Ripoll organiza la ropa que vende a través de internet. / Levante-EMV

Rubén Sebastián

Rubén Sebastián

En una sociedad capitalista, prácticamente cualquier bien puede ser objeto de negocio. Con algo de ingenio, se puede encontrar un nicho de mercado en productos que, a priori, parecen no tener valor. Tan sólo hay que buscar los compradores adecuados. Es lo que hizo Iván Ripoll Sanz, un joven de Alberic de 28 años que quería ser ingeniero pero dejó sus estudios para dedicarse exclusivamente a su tienda online de ropa de segunda mano, en la que conjuga a la perfección la sostenibilidad y la cada vez más frecuente mercantilización de la nostalgia

Aunque no fue una decisión premeditada. Surgió poco antes de la pandemia, fruto de una transacción insatisfactoria. O al menos eso pareció en un principio. «Siempre me ha gustado la ropa, pero como era estudiante y no tenía muchos recursos siempre buscaba a través de internet cualquier ganga. Compré una sudadera de marca a un vendedor de Estados Unidos, al no ser el tallaje como el europeo, no me venía bien, así que la revendí. Y por más dinero de lo que la había pagado. Pedí una nueva talla y tampoco me quedaba bien, la vendí también y, de nuevo, saqué dinero. Ahí me di cuenta de que podía ser una buena fuente de ingresos», recuerda Ripoll.

Lo hizo poco a poco, con cautela. Empezó a comprar ropa usada. Prendas ‘vintage’. «Mucha gente vende su ropa sin saber realmente lo que alguien estaría dispuesto a pagar por ella», explica el alberiquense. A través de una aplicación de compra-venta de ropa, Ripoll dio sus primeros pasos. Y sus primeros tropiezos. Antes de la irrupción de la pandemia, creó su marca comercial: Second Sanz, un juego de palabras del concepto de segunda mano (‘second hand’ en inglés) y su segundo apellido. «Llegó un momento en el que no tenía tiempo para todo. En verano de 2020 me planteé seriamente dedicarme enteramente a esto, por que veía que si quería podía vivir de esto, aunque no si al mismo tiempo estudiaba. Lo aposté todo a mi proyecto y me ha salido bien. Al poco tiempo ya tuve que hacerme autónomo, abrí mi propia tienda online, ha crecido mi audiencia en redes sociales...».

Preparación de una sesión de fotos de los artículos para la tienda online.

Preparación de una sesión de fotos de los artículos para la tienda online. / Levante-EMV

Iván Ripoll selecciona, con mucho mimo, cada prenda que compra. «Vendo piezas que pueden considerarse ‘premium’. Se trata de prendas exclusivas, que ya no se pueden encontrar en los catálogos de las marcas que las fabricaron, y que destacan por su alta calidad. Mucha de la ropa que compro y vendo, por ejemplo, es de los años noventa. Y con más de treinta años, se ve mejor que lo que se ve en tiendas actuales. Era ropa hecha para durar más», expone. Un mensaje de gran calado en una sociedad que aboga cada vez más por la sostenibilidad. Aunque, como el propio joven reconoce, algunos de sus productos no son aptos para todos los bolsillos. «Algunas prendas son únicas, ya no se fabrican, y he encontrado un gran público en varios países de Europa, como Francia o Bélgica, donde el poder adquisitivo es mayor», explica. De hecho, estima que si bien la nacionalidad que más le compra es la española, tan solo representa el 20 o 25 % del volumen de negocio. El resto, son ventas al extranjero.

Ayuda familiar

Debido al tipo de negocio, carece de tienda física, aunque suele acudir a eventos o mercadillos. Sin embargo, todo lo hace desde casa. «Al principio empecé en mi habitación, en casa de mis padres. He estado también en un local o en la buhardilla de mi hermana. Ahora lo hago todo desde mi casa, con ayuda de mi pareja y de mi familia, si hace falta. Yo mismo selecciono la ropa de vendedores y proveedores extranjeros de confianza, la lavo, la seco, la plancho y la envío. Mi casa es una locura, aunque intento no hinchar demasiado los precios para no almacenar más ropa de la que nos cabe», concluye.