La nueva realidad del Alzira FS

La última derrota frente al Valdepeñas deja al Family con un punto de dieciocho posibles

El club se había acostumbrado a ganar en Segunda y ahora sufre en sus carnes las dificultades de Primera

La situación se normaliza y no genera alarmas

Rafa Usín, jugador del Alzira FS.

Rafa Usín, jugador del Alzira FS. / C. Cortés

Rubén Sebastián

Rubén Sebastián

Un punto de dieciocho posibles no es el balance que esperaba el Family Cash Alzira FS en su estreno en Primera División. Aunque cualquier cifra de dos dígitos tampoco estaba en los planes de un club que, jornada tras jornada, se adapta a su nueva realidad. No es gratificante ser el colista, ni para equipo ni para aficionados, pero es el peaje a pagar por poder competir en la mejor competición nacional de fútbol sala y una de las mejores del planeta. 

El técnico del Family, Braulio Correal, ya advertía antes de que arrancara la temporada que el salto entre la segunda categoría y la primera es el más grande. Algo que el equipo ribereño ha vivido en sus carnes. Poco le costó, aunque conllevó un gran trabajo, pasar de la Tercera División a Segunda B y luego a Segunda. En la categoría de ‘plata’, fue toda una revelación y el año pasado se logró el que para muchos era el más improbable de los ascensos.

Fede sale de la portería con el balón en los pies.

Fede sale de la portería con el balón en los pies. / C. Cortés

El equipo alzireño se había acostumbrado a ganar en los últimos años y ahora la situación es completamente opuesta. Ha perdido cinco de sus seis partidos disputados en liga y un único punto figura en su casillero fruto del empate logrado ante el Xota

Oportunidades no han faltado para sumar de tres. En la primera jornada, el Family recibió una bienvenida en forma de remontada. Un 1-5 a su favor frente al Inter se saldó con una derrota que, ante cualquier otro equipo y en otras circunstancias, se habría considerado inexplicable. El mensaje recibido era claro: «Esto es la élite absoluta y esta es vuestra primera novatada». Partidos como el del Xota o el del pasado martes ante Valdepeñas se podrían haber saldado a su favor con algo más de fortuna. De hecho, seguramente, estos encuentros habrían tenido un desenlace distinto la temporada anterior.

Un sueño cumplido

Pero esa no es la realidad actual del Alzira FS. Cuando Correal comentaba públicamente estos días que no estaba preocupado por los resultados del equipo decía mucho más de lo que sus palabras expresaban en una primera lectura. La situación sería alarmante si el club tuviese la entidad, la plantilla y el presupuesto de un Barça, un Inter o un ElPozo. Ninguno de estos podrían permitirse estar seis jornadas sin ganar y ser colistas. El Family, en cambio, se encuentra en una de las posiciones que, en todas las quinielas, está llamado a ocupar. Sería normal que el club descendiera. Sería extraordinario que se salvara. Pero sería demasiado fantasioso pensar que al final de la temporada tendría a cinco o seis equipos por debajo en la clasificación.

El Family no ha renunciado a su espíritu y eso es muy importante. Practica un fútbol sala alegre y de alta intensidad. Sus jugadores ponen en serios aprietos a cualquier rival con una presión asfixiante. Pero eso no es suficiente, al menos este año, para obtener unos resultados mejores, que seguro llegarán si la plantilla es capaz de anteponer la serenidad a la desesperación. Debe corregir errores, por supuesto. A nivel defensivo, el equipo deja muy expuesto a su portero en demasiadas ocasiones. Y en ataque, todavía hay varios futbolistas que no han demostrado todo su potencial. Los procesos de cambio y adaptación son costosos.

El propio Correal asume que este año hay que cambiar el chip, ya que el equipo acabará con más derrotas que victorias. Esa es su nueva realidad. Aunque el técnico se muestra confiado con respecto al futuro al defender que si el equipo ha demostrado que es capaz de competir contra cualquiera, el trabajo acabará teniendo su recompensa en forma de puntos. A la afición no le queda otra que aferrarse a ello y disfrutar de la posibilidad de ver a algunos de los mejores jugadores del mundo enfrentarse a su equipo. Algo con lo que soñaría cualquier ciudad del país y que Alzira tiene la suerte de haber cumplido.

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