Color local

LA BROMA DE LOS PRESUPUESTOS PARTICIPATIVOS

Nahuel González, al explicar los Presupuestos Participativos de este año.

Nahuel González, al explicar los Presupuestos Participativos de este año. / Àlex Oltra

OPINIÓN / J. Monrabal

Cada vez que Nahuel González dice que la gente se ha «empoderado» gracias a las políticas de participación ciudadana del gobierno local, uno se lo imagina recorriendo la ciudad en una moto como la de los viejos afiladores y parándose en las esquinas para gritar, tocando el silbato característico del oficio: «¡El empoderador! ¡Ha llegado el empoderador!».

González, que amenaza con perpetuarse como concejal adosado a Compromís Més Gandia Unida (aunque lo de «unida» a estas alturas sea un sarcasmo), lleva dos mandatos seguidos fracasando estrepitosamente como promotor de políticas de participación ciudadana, mientras sostiene sin pestañear que habitamos el mejor de los mundos participativos posibles. El concejal puede endosarnos la monserga del empoderamiento, un menú de topicazos que ni siquiera renueva, porque la derecha carece de proyectos de participación y sobre ese yermo programático fórmulas simplemente decorativas se presentan desde la izquierda local como iniciativas progresistas, innovadoras. Pero resulta fácil demostrar que, en Gandia, la participación ciudadana real es inversamente proporcional a la propaganda oficial con la que la aliña el concejal del ramo, uno de esos inventos burocrático-políticos perfectamente inútiles –como los «opinómetros» de Frau– cuya desaparición nadie lamentaría. 

Para empezar, hasta la expresión «presupuestos participativos» es engañosa, pues exceptuando que se perpetran al amparo de los presupuestos municipales y de un complicado sistema de selección y votación en el que participa el vecindario, no forman parte de un proyecto político mínimamente elaborado y divulgado que incorpore supuestos de consultas a la ciudadanía sobre el presupuesto municipal o acciones de gobierno susceptibles de la aprobación o el escrutinio popular. Lo que ha cocinado el departamento dirigido por Nahuel González ha sido lo contrario a una casuística de mediación ciudadana o una pedagogía participativa digna del siglo XXI y de la sociedad-red: el blindaje de los presupuestos municipales a cualquier posible tentativa de intervención real desde abajo mediante una pantomima organizada desde arriba que supone un ridículo 0,3 por ciento del presupuesto del consistorio gandiense. 

Pero ni siquiera esa irrisoria cuota de «empoderamiento», que tampoco han decidido los ciudadanos, tiene sentido a la luz de las iniciativas finalmente salidas del absurdo carrusel participativo puesto en marcha una vez más por Nahuel González. Como cualquiera puede comprobar tras conocer las propuestas «ganadoras» de 2022 (la mejora de las instalaciones y equipamiento del Centre social de Marenys de Rafalcaid, la creación de un circuito de calistenia, de una zona para petanca o de un espacio infantil para juegos y en ese plan) todas ellas caen implícita y directamente del lado de la responsabilidad y la gestión del gobierno –es decir, son asuntos que cualquier ayuntamiento tiene la obligación de conocer y resolver– y podrían haber sido zanjados en las juntas de distrito, por el concejal correspondiente e incluso dando uso al viejo buzón de sugerencias sin necesidad de reinventar la pólvora, crear una partida presupuestaria específica ni darle al organillo de la propaganda.

Se entiende que, preocupado por la petanca y los columpios, el concejal de participación ciudadana, que por si fuera poco es también el de Cultura, no haya tenido tiempo de preguntarnos a los ciudadanos sobre cuestiones como el millón de dinero público invertido en la Seu sin contrapartidas de ningún tipo, o la renovación de la cesión a la Iglesia de la gestión del Museu de Santa Clara por cuatro años más, aunque ambas decisiones hayan sentado precedentes políticos, culturales y económicos que en términos democráticos no es que no sean «de izquierdas», es que ni siquiera son de recibo en un estado aconfesional. Tras casi ocho años en el cargo, Nahuel González tampoco se ha dignado preguntarnos lo más elemental: nuestra opinión sobre las políticas de su departamento, sobre todo comparadas con las propuestas que recogía su grupo político en el programa de las penúltimas elecciones locales y que afectaban –estas sí– a la confección de los presupuestos municipales y a la política real de la ciudad y de las que nunca más se supo tras la abortada consulta sobre el polígono de Sanxo Llop hace ya más de un lustro.

Tampoco nos consultó en su día el concejal empoderador si estábamos a favor o en contra de que una escultura kitsch, fruto de un alarmante desconocimiento del sentido local de la memoria histórica, se instalase a perpetuidad a la entrada de los jardines de la Casa de la Cultura, como no nos ha preguntado nunca nuestra opinión sobre otros bodrios que su escultor de cámara ha sembrado por la ciudad y, sin piedad alguna, junto a la Biblioteca Municipal, porque Nahuel González no solo tiene ideas sobre el arte, la memoria histórica y la participación ciudadana que nos convienen sino que está dispuesto, como ya ha demostrado, a afear la conducta, incluso desde los medios de comunicación, de quienes no se dejan pasar por la piedra de afilar.

Quiere decirse que el concejal de participación ciudadana cree que hay que empoderar a la gente, pero poquito, y que repitiendo como un loro las muletillas «de izquierda» de rigor, vengan o no a cuento, o sean una tomadura de pelo, el personal ya va servido. Después de todo, el grado de participación ciudadana actual sigue siendo idéntico al de los remotos tiempos de los opinómetros de Frau, y nada indica que vaya a cambiar, porque a la hora de decidir sobre lo que de verdad importa, bien se ve que todavía hay clases y que la izquierda transformadora ni está ni se le espera en esta plaza, compañero.