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Pintura

En busca de los indios de Manhattan

Patricia Iranzo, en su estudio junto a la Lonja de Valencia. José Aleixandre

La relación de Patricia Iranzo con Nueva York comienza allá por 2002 en la vieja calle valenciana de Trinitarios. Allí tenía su estudio entonces y allí se presentó un día una pareja de turistas norteamericanos. Pidieron ver su obra, le hablaron de las posibilidades de la Gran Manzana y del ambiente artístico que se respiraba en Williamsburg (Brooklyn, NY). «Eso era entonces», apostilla Patricia desde el ahora. Al irse, los viajeros dejaron una dirección y un número de teléfono en los papeles de la pintora y una pregunta en el aire: ¿Cuándo vas a venir?

Pasaron los meses, la idea fue madurando y, un día, dos años después, Patricia llamó a la puerta de aquellos fugaces visitantes de su taller. Le dejaron su estudio y así empezó la vida neoyorquina de una artista (Valencia, 1972) cuyo currículum exhibe una irrefrenable propensión al cambio y el salto mortal: dejó el periodismo por la vocación del arte y la aventura americana no la amedrentó después.

Tiempo más tarde, cuando exponía en Pennsylvania su serie Retratos de nadie, una chica la felicitó por aquellos grandes rostros, en los que veía a los indios nativos americanos, los primeros pobladores. No había sido esa entonces la intención de la creadora, pero en aquella frase está el embrión —la chispa— de un proyecto gestado en su mente a fuego lento y en el que ahora se embarca: encontrar y retratar a aquellos que hace 500 años poblaban lo que entonces llamaban Mannahatta y que hoy es la famosa isla de acero, asfalto y cemento, el ombligo del mundo occidental.

Regresará a Nueva York en noviembre, con visado y plan de trabajo para tres años. Su objetivo es localizar al menos a una veintena de descendientes de la tribu Lenape que sigan viviendo en Manhattan y retratarlos, mediante un método de trabajo que combina la fotografía y la pintura. El proyecto remite en sus principios a los conceptos de memoria histórica y reparación transgeneracional: la de un pueblo olvidado en un territorio que fue suyo no hace tanto tiempo. El problema racial en Estados Unidos es otro, explica Patricia Iranzo, lo que multiplica el olvido de los indígenas.

El trabajo de Iranzo se fundamenta en el concepto de linaje, porque el rostro que pinta no es individual, explica. Es la última y pequeña cuenta de «un arrecife de coral gigantesco» en el que están padres, abuelos y toda una ascendencia genealógica, aunque solo se ven unos pocos individuos, los últimos en el tiempo, dice.

No se va con las manos vacías. Lleva en la agenda los contactos de dos descendientes de los Lenape que cumplen los requisitos. Ha conversado asimismo con el centro cultural de este viejo pueblo, una tribu basada en el matriarcado que rompió el equilibrio con su entorno al relacionarse con los nuevos colonos y acabó mermada.

Para cumplir el objetivo de la reparación de estos indígenas, la creadora planea que sus retratos se exhiban en soportes públicos (vallas o quizá carteles en el metro). Será una forma de mostrar a la Gran Manzana quiénes estaban allí antes, cómo son los rostros de sus herederos. Ese paso será cerrar el círculo de reconocimiento a través de la mirada, explica. Pero, para llegar a ese punto, falta un buen trecho aún.

Patricia Iranzo retrata a lo grande. Piensa en formatos de más de un metro. Cuestión de energía, bromea. Aunque ahora su hija de cuatro años le roba bastante, prosigue con el juego. La fotografía es su forma de quitar rigidez al retratado, la excusa para entrar en contacto con él y llevarlo a espacios que sean un espacio de relajación, lejos del caballete o la mesa de trabajo.

Luego llega el momento de la pintura, «una forma diferente de mirar», porque «el silencio cuela cosas», información abstracta que hace del retrato un juego entre realidad y ficción. Entre Historia y olvido, en el caso de los Mannahatta Portraits.

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