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Contra la igualdad

Voy a decir algo impopular, sobre todo en estos días de justas y entusiastas reivindicaciones acerca de la igualdad entre hombres y mujeres (reivindicaciones a las que me sumo con entusiasmo, en la lucha por la obtención de la obligada justicia).

Defiendo la igualdad en sentido general en todos los ámbitos de la existencia; es decir, la igualdad de derechos, de oportunidades, de remuneración en el trabajo, de disfrute de la cultura, de acceso a los servicios médicos gratuitos. Entre hombres y mujeres, entre los habitantes del campo y los de las ciudades, entre los individuos con diferente identidad sexual, entre gentes de todas las razas.

Ahora bien, en el único terreno en donde las reivindicaciones igualitarias me parecen una completa estupidez es en el arte. En ese ámbito me declaro partidario de la desigualdad, del elitismo, del aristocraticismo absoluto. En el universo de la individualidad creadora, el talento creador de cada individuo es el que debe indicar su lugar en el universo: al menos, en el universo del arte. La idea, propia de la filosofía del Pato Donald y de los demás pensadores de la escuela de Disney, de que en el arte no existen jerarquías, ni individuos superiores, ni diferencias de calidad, constituye una estafa intelectual y un equivocado (al menos para mí) principio de análisis crítico. En resumen, el arte no es democrático, y no pueden ser democráticos sus resultados.

La hipótesis de que existen grandes artistas mujeres invisibles no es menos disparatada que la hipótesis de que existen grandes artistas hombres invisibles. Las obras maestras escondidas, los genios en la sombra aún por descubrir sólo son una fantasía de la literatura de suspense (que a veces, para confirmar la regla, crea su excepción, y permite el descubrimiento de un genio desconocido y la aparición de una obra maestra oculta, y cuyo autor es un hombre o una mujer).

Algunas opiniones son partidarias de que las exposiciones de pintura, las antologías de poemas, los censos de narradores contengan cantidades paritarias de hombres y mujeres. Como criterio, me parece, sí, que es un criterio, pero no mucho más. Aunque no sé por qué no deberían contener el mismo número de homosexuales, de heterosexuales y de miembros del colectivo LGTB, o el mismo número de representantes de cada una de las comunidades autónomas, o el mismo número de católicos, judíos y musulmanes. Del hecho de aplicar al arte criterios que no son de naturaleza artística suelen derivarse grandes confusiones, cuando no sinsentidos mayúsculos.

A las amigas que argumentan sobre la conspiración heteropatriarcal para ocultar a lo largo de la historia, por ejemplo, la poesía femenina, se les suele olvidar que los editores y comentaristas de Santa Teresa, de Sor Juana Inés de la Cruz, de Idea Vilariño, de Emily Dickinson, por mencionar a algunas de mis escritoras favoritas, eran hombres entusiasmados de dar a conocer la obra de grandes artistas. Con ello quiero decir que no creo que exista ningún lector, ningún crítico, ningún editor que no sienta la emoción de descubrir y propagar una obra excelente, la haya escrito quien la haya escrito.

No sé qué ocurrirá en el futuro, pero no me extrañaría que la ola monjil de la corrección política lo invada todo, y lleguemos a conocer un universo del arte pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón.

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