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Apetecibles y no

Tengo la convicción de que en el Día del Juicio Final las cosas se harán a grandes rasgos, a bulto, porque no habrá tiempo para entrar en detalles. Seremos muchos, y la Justicia, incluso la divina, padece grandes atascos, sufre enormes demoras. No estará el asunto para que se examinen nuestras vidas con minuciosidad: que si el 20 de septiembre de 1963 hay evidencias de que cometimos tal pecado de omisión; y que si el 2 de julio del 2008 hay constancia de que incurrimos en un pecado de obra; y que si cada noche desde los catorce coleccionamos pecados de pensamiento. No se procederá así, tenedlo por seguro.

En la ultratumba, por muchos poderes sobrenaturales que tengan los funcionarios del juzgado, habrá colas interminables, y horarios de trabajo convenidos con los liberados sindicales, y descansos para almorzar, y días moscosos, y carpetillas de todos los colores, abultadas con los atestados policiales.

De manera que el asunto tendrá que resolverse grosso modo. Imagino que un criterio será el siguiente: a un lado, aquellos individuos sobre los que hay razones para creer que mereció la pena estar en su compañía; al otro lado, todos aquellos con los que no mereció la pena estar. Los apetecibles, al cielo, a disfrutar de los árboles frutales que nunca pierden sus frutos, y de las huríes, y del nirvana, y de la contemplación extática del rostro de Dios. Y los demás, los que no molaban ni un duro, a las calderas de Pedro Botero, a cocerse a baja temperatura eterna, como hacen los chefs de la nueva cocina, y a escuchar heavy metal para siempre, y a tener día tras día y noche tras noche vecinos chungos que hablan a voz en grito y tiran las colillas a tu terraza, porque en el infierno todo el mundo fumará y estará obligado a beber calimocho.

Hace tiempo que confecciono listas de este tipo, para entretener el tiempo: censos imaginarios de gente con la que sí y gente con la que no. A la derecha, por ceñirnos a los asuntos de interés cultural, narradores con los que uno pasaría la eternidad contento; y a la izquierda, narradores con los que ni a la esquina. A este lado de la raya, poetas con los que salir de copas por el Paraíso; y al otro, poetas para que los soporte su puta madre. Pintores con los que pasear en el cielo, y pintores con los que no cruzar ni el saludo. Músicos medicinales a cuyos pies estar arrodillados siempre, y músicos putrefactos de los que huir a esconderse debajo de cualquier cama del más allá.

La obra no supondrá un mérito definitivo para la salvación o para la condena. Muchos grandes artistas arderán por el hecho de ser unos plastas, unos pedantes, unos cretinos. Y muchos artistas mediocres obtendrán el perdón y la gloria, por el simple hecho de ser buena gente divertida, peña con la que se podía estar a gusto, sin tener que examinarse de bachillerato, sin tener que estar alerta, sin hacer penitencia sociológica.

Así de fácil: los apetecibles y los que no.

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