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Vivir a plazos

Existe una manera de vivir a plazos y una manera de vivir al contado. Al contado, que suele ser la mejor forma de pasar por el mundo, viven los que se lo pueden permitir, los sobrados de todo, los que no necesitan hacer economías con nada, aquellos a quienes se les cae por el forro descosido de los pantalones su sobreabundancia. ¿Sobreabundancia de qué? Pues de qué va a ser: la sobreabundancia verdadera no tiene necesidad de especializarse. Lo que sobreabunda sobreabunda sin pararse a pensarlo, por el simple placer de sobreabundar, que es una actividad muy grata, una suerte de perpetuo veraneo existencial.

Hay quien rebosa, quien lo tira por las calles, a quien se le sale por las orejas. El optimismo, la jovialidad, la simpatía, la confianza, la diligencia, la euforia, el amor, el humor, el valor, y el resto de sustantivos terminados en or que nos inclinan a abrir la boca en señal de asombro. Y el dinero también, por supuesto. El dinero, que algunos lo poseen bajo su mejor disfraz, el de la pasta gansa, y que no es un bien material, como cree el común de la población, sino un asunto del espíritu. Una objetivización del alma, una corporificación de las ideas. Porque el dinero, en contra de lo que la tradición de los analistas económicos indica, no constituye un ingrediente mercantil, sino que consiste en la metáfora que utilizamos para referirnos a nuestros deseos impalpables, a nuestro deseo de desear. El dinero suele ser la encarnación de nuestro valor, de nuestro humor, de nuestro amor, y del resto de los venerables sustantivos que riman con los anteriores en contante y consonante.

Ni qué decir tiene que a mí me encantaría vivir al contado, como los opulentos, pero tengo que vivir a plazos, como los pringadillos sin galones. No puedo dilapidar en ningún ámbito, porque no sé lo que vendrá mañana. Un poco de optimismo cada día, por supuesto, pero sin pasarme excesos, porque a los manirrotos sentimentales siempre les llega el invierno de las pasiones y no tienen con qué encender la chimenea. Un poco de voluntad, cómo no, porque la voluntad es la sustancia del universo, la cosa en sí que rige la existencia, pero sin vaciar el frasco, sin megalomanías de las ambiciones, no vaya a ser que nos dé un arrebato supraegótico y nos pongamos a proclamar por ahí el ocaso de los dioses y el advenimiento de un nuevo hombre, cuyo ejemplo consumado somos nosotros mismos.

He aprendido con el tiempo a escribir a plazos, a vivir a plazos mientras escribo. Antes me empeñaba, en todas las acepciones del verbo: hipotecaba todo mi tiempo en la literatura, y me empecinaba en escribir. Ahora, con menos fuerzas, con menos humos, dosifico los humos y las fuerzas, qué sabe nadie.

Aplazar es una forma de estar en el mundo, un sistema filosófico para todos aquellos que no hemos podido erigir un sistema filosófico, y cuyo principio rector dice: Ni se te ocurra hacer hoy por completo lo que puedes aplazar cómodamente.

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