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Retratos & iconos

Retratos & iconos

Cuando Roland Barthes publicó sus Mitologías en 1957 analizando algunos de los mitos que recorren nuestra vida cotidiana, el automóvil Citroën, la actriz Greta Garbo, la publicidad o el Music-Hall, no hacía más que lanzar una amplia mirada reflexiva sobre la cultura de masas contemporánea. Algunos de los mitos modernos escogidos por el sociólogo francés han acabado sumando su condición de iconos, término hoy en día de usufructo común y generalizado, quedando entronizados en el gran museo iconográfico del pasado siglo xx. A su cualidad de mito moderno, el icono añade su carácter simbólico o de representación. De signo: La elegancia inmortal de Audrey Hepburn, la belleza sensual e infantil de una Brigitte Bardot o la fragilidad exuberante de Marilyn Monroe bajo las sábanas. El fotógrafo Douglas Kirkland (Fort Erie, 1934) forma parte de ese reducido grupo de profesionales de la cámara que tuvieron ante su objetivo a los grandes iconos del mundo del cine, el espectáculo y la moda del pasado siglo. Despues de un aprendizaje junto al maestro de la fotografía Irving Penn, Kirkland pasa a formar parte del equipo de la revista Look, una de las grandes publicaciones norteamericanas junto a Life y Time o las de moda, Vogue, Harper's Bazaar... Su trabajo en la revista le permite acceder a los platós cinematográficos, los talleres de los grandes diseñadores o a la propia intimidad de la estrella.

Parte de ese archivo creativo se ha podido ver recientemente en la galería GadCollection de París en una amplia retrospectiva que recorre su trabajo detrás de la cámara. Un joven Douglas Kirkland es enviado en el verano de 1962 a París para un reportaje sobre la diseñadora Coco Chanel que se encuentra preparando su nueva colección. Chanel ha dejado atrás la sombra de su pasado colaboracionista durante la ocupación alemana de Francia y vuelve a gobernar sobre la moda francesa e internacional. Entre sus «modelos» se encuentran Jackie Kennedy, Maria Callas o una juvenil Romy Schneider, a la que acaba de transformar de la cursi y almibarada emperatriz Sissí en una chic y joven actriz a las órdenes de Visconti. Las fotografías de Kirkland, que accede a la intimidad de la diseñadora, acabaran construyendo ese icono que ha llegado hasta nuestros días, el de la mujer moderna, creadora, siempre enfundada en su eterno tailleur y sombrero de paja, que nunca renunció a su independencia.

Como otros grandes nombres de la fotografía -Richard Avedon, Cecil Beaton, Ever Arnold-, Kirkland no puede sustraerse al hechizo y magnetismo de la figura de Marilyn Monroe. Sus fotografías con la actriz en la cama, dibujando su cuerpo cimentan el mito e icono de la actriz llena de sensualidad y, al mismo tiempo, poseedora de un gran glamour y fascinación. Nunca la estrella se había mostrado tan poderosamente erótica y llena de elegancia. ¡Qué lejos quedaba aquella Marilyn de Niágara rebosante de colores chillones! Si el icono Marilyn está atravesado por la tragedia, el de Audrey Hepburn constituye un caso especial. Desde su muerte en 1993 la protagonista de Desayuno con diamantes, a diferencia de otras actrices, no ha dejado subir como un buen soufflé. A la bibliografía sobre la propia actriz, desde su estilismo a sus platos de cocina italiana, otros estudios la han descubierto como la heroína femenina moderna y pionera del modelo que décadas despues explotarán series como Sexo en Nueva York. El icono Hepburn ha forjado su carácter transversal sumando las nuevas generaciones.

«Un santo vendería su alma al diablo solo por verla bailar» escribe la filósofa Simone de Beauvoir a propósito del mito BB. Bardot forja la imagen erótica de la mujer-niña y las jóvenes de todo el mundo imitan sus cabellos al viento y sus ojos perfilados de carboncillo, sus bailarinas y vestido de tela de Vichy con el que se casa en 1959 con el actor Jacques Charrier. El icono Bardot significa la libertad y el sexo, rechaza los corsés que le impone la moral dominante. Su cuerpo siempre está en juego, el signo de una total libertad, independencia y emancipación en relación a la sociedad dominante. La actriz acabará encontrando en las arenas de Saint-Tropez y en su casa de La Madrague, su paraíso perdido, un paisaje iconográfico. Y hasta se permite algunas dosis de romanticismo decimonónico. Frente a la imagen de voluptuosidad y hedonismo, el icono sexual confiesa: «Cada vez que me enamoro

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