Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De revoluciones y libertades

De revoluciones y libertades

Hannah Arendt (Hannover 1906, Nueva York 1975), es una de las más destacadas ensayistas en el firmamento de la teoría y el pensamiento políticos del siglo XX. Su influencia sigue siendo notable en lo que llevamos del XXI que, no acaba de cortar su cordón umbilical con el siglo anterior. Exalumna de Jaspers y Heidegger, estudió filología clásica y teología en las universidades de Marburgo, Heidelberg y Friburgo. Su origen judío y su oposición al nazismo le llevaron a exiliarse a los Estados Unidos de América, donde enseñó filosofía política en Princeton, Chicago y Nueva York.

En 1961 tuvo lugar en Jerusalén el juicio contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, llamado el «arquitecto» de la solución final. Arendt, cubrió el evento como periodista. En 1963 publicó su libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal que levantó una fuerte polémica en medios políticos y universitarios. A mi modo de ver, no se entendió su concepción acerca de «la banalidad del mal». Eichmann, además de un genocida, era ante todo un fanático burócrata del partido que cumplía órdenes que, en su amoralidad consideraba útiles y convenientes. No se cuestionaba la moralidad o inhumanidad de órdenes y normas; no disponía, en suma, de conciencia moral. Su monstruosidad era, ante todo, su amoralidad.

Autora, de obras de gran calado como: Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958), el citado Eichmann en Jerusalén (1963), Sobre la violencia (1970); o Tiempos presentes (1986), etc., su teorías generaron siempre polémica, e incluso una virulenta campaña en su contra que deterioró su imagen docente. Hoy, el pensamiento de Arendt se ha revalorizado tanto por su propia valía y complejidad como por la conexión con los conceptos y problemas geopolíticos actuales.

La libertad de ser libres es un breve pero intenso ensayo que recoge, en su versión definitiva, textos esenciales publicados hace años en inglés e inéditos en español. Arendt lo subtitula Las condiciones y el significado de la revolución, por lo que se detiene a repensar el concepto mismo de revolución.

El tema es «bochornosamente tópico» —explica— ya que las revoluciones se han convertido en sucesos cotidianos desde la muerte del imperialismo y marcharon siempre amparadas por el estado-nación. Y aclara: «Las revoluciones no son respuestas necesarias, sino respuestas posibles (€), no [son] la causa sino la consecuencia del desmoronamiento de la autoridad política». Los que las hacen tanto partidos, como organizaciones (y sus dirigentes) nos dice, más que «tomar el poder» lo que hacen es «recoger sus pedazos»€

Alude a la «facilidad pasmosa» con la que ascienden y crecen las ambiciones de los líderes políticos —tomando ejemplos de la revolución americana— para quiénes el poder, su conquista, y, añado, el mantenimiento del mismo, son fines en si mismo. Otra finalidad, constata Arendt, sería disfrutar, exhibir ese poder y compartirlo gozosamente, pero, ese placer tan solo puede alcanzarse sin menoscabo para rivales, entre iguales y, esta condición de igualdad solo es posible bajo una forma de estado: la republicana. De ahí se deduce el por qué, la forma de estado [monarquía o república] es piedra de toque en todas las discusiones. En un proceso revolucionario exitoso establecer la monarquía conduce necesariamente al cesarismo y condena al dirigente a ejercer de tirano temporal o lo que es peor, de dictador prácticamente vitalicio.

La libertad (libertades) pública/s «es una realidad mundana creada por los hombres para gozar conjuntamente en público, para ser vistos, escuchados conocidos y recordados por otros». Todo ello exige, necesita, de la igualdad, solo posible en una república que no sabe de súbditos, ni tampoco de soberanos€ Cuando se vive en condiciones miserables, bajo un sistema colonial, «tal pasión por la libertad es algo desconocido». La libertad, pues, de ser libres, significaba —sostenía Arendt— ser libre no solo del temor, sino de la necesidad. Y así parece que sigue ocurriendo en nuestro presente.

Hace certeras referencias a las revoluciones francesa y rusa bolchevique para señalar el deterioro de sus propósitos. En su devenir cabecillas y partidos substituyeron las ideas igualitarias y democráticas por «una dictadura». Pero no la dictadura del proletariado o de los más pobres en el caso francés, sino por «la dictadura de un puñado de políticos». «No abría más que cambiar unas cuantas palabras para obtener una descripción perfecta [referida a estas revoluciones] de los males del absolutismo previo a las revoluciones».

El opúsculo se completa con un breve ensayo a modo de epílogo de Thomas Meyer sobre la pensadora.

Un pequeño-gran libro, apasionante y complejo, de imprescindible lectura.

Compartir el artículo

stats