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Crítica a la democracia

A Brennan le parece injusto que ciudadanos sin un mínimo de preparación política sean los responsables de elegir a los gobiernos

Crítica a la democracia

De un tiempo a esta parte están aumentando las críticas a la democracia. La crisis económica de 2008 creó indignación pero también el resurgimiento (reforzamiento) de partidos que ponen en duda Europa y, con ello, la democracia como el menos malo de los sistemas políticos, como dijera Churchill. Pero es significativo que estas críticas estén apareciendo también en el ámbito académico, como es el caso de Contra la democracia, un ensayo de Jason Brennan, cuyo título dice ya de bastante de su contenido. No digo que en las últimas décadas no se publicaran críticas a la democracia, sino que de manera general se traba de perfilar su significado, o en todo caso reflexionar sobre este sistema.

En este último caso han cobrado significancia teorías sobre los distintos modelos de democracia, a partir de dos significados originales: democracia como protección y democracia como desarrollo. El primero se basa en el control de los gobernantes. Este modelo es básico para lo que se denomina democracia representativa. El segundo, concibe la democracia como forma de vida.

Brennan, con su crítica, se queda en el primer modelo sin dar paso al segundo. En esta tesitura, reconoce que los países democráticos son los más prósperos, los que más respetan los derechos y las libertades, los mejores para vivir. Lo que ocurre es que se aparta de un tono triunfalista para afirmar que la democracia no puede justificarse por su valor intrínseco ni por su valor simbólico, y solo cabría justificarlo si produjera mejores resultados que cualquier otro sistema de organización social.

Y, según el filósofo y politólogo norteamericano, la democracia ha propulsado grandes errores como el brexit. Y la causa -he ahí su tesis principal- la desinformación de los ciudadanos. A Brennan le parece muy injusto que ciudadanos sin un mínimo de preparación política sean los responsables de elegir a los gobiernos. «La mayoría de la gentes procesa la información política de manera profundamente sesgada e irracional». Para ello expone diversas encuestas y test cuyos resultados le conducen a señalar que la democracia concede mucho poder al pueblo mientras que cada persona individualmente tiene muy poco valor. «Como los votos individuales cuentan muy poco -dice Brennan-, la mayoría de la gente no tiene incentivos para estar informada y emplear su voto de manera cuidadosa». Por ello se acude más a la emociones que a la razón. A partir de ahí, el autor clasifica a los ciudadanos en hobbits, que tienen en general pocos conocimientos y es habitual que no se preocupen demasiado por la política; los hooligans, que son la mayoría, votan a su partido ciegamente, al contrario de los vulcanianos, una minoría que son más racionales e informados, y por lo tanto merecedores de un mayor peso político. Llega a decir Brennan que antes de las elecciones, la ciudadanía debiera de presentarse a un examen, con un premio económico por su aprobación: «el dinero siempre es un gran incentivo€».

En fin, no digo más, porque lo que está preguntando es si la democracia es el sistema de organización social que produce mejores resultados. ¿Podría existir otro que proporcione superiores consecuencias para sus ciudadanos? Pero no termina de responder, y solo apunta una especie de epistocracia, un sistema en el que los ciudadanos más competentes e informados tengan mayor poder político.

Sin dejar de valorar el tono provocativo del libro (algún atisbo de razón tiene en su descripción de la realidad norteamericana), creo que tiene muchos errores de planteamiento. Primero, porque la mayor calidad de una democracia no solo se basa en el voto, ya que dicha calidad se produce también por el grado también de participación y deliberación. Y la cultura democrática es mucho más que le conocimiento de lo político (¿qué es conocimiento político?). Urge, pues, redefinir el sentido de la democracia, porque el peligro es que triunfe un sucedáneo, como el que busca Brennan: peor el remedio que la enfermedad.

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