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La Academia, tan vigente como siempre

El papel de la Real Academia de Bellas Artes ha sido fundamental para entender la evolución del arte valenciano. La exposición de La Nau repasa sus 250 años de historia viva.

La Academia, tan vigente como siempre

¿Tiene cabida cultural y socialmente hoy en día la Real Academia de Bellas Artes? Es evidente que la tenía en el siglo XVIII. La exposición «De Ayer a Hoy, 250 años de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos» constata cómo los hermanos Vergara intuyeron que aquel batiburrillo de oficios, talleres, la falta de una sistemática en la enseñanza y, sobre todo, la dispersión de artistas y maestros hacía necesario un lugar común, un centro neurálgico desde el que canalizar tal dispersión artística en la València de aquel final del siglo XVIII. Pusieron sus ojos en la villa de Madrid, en su homóloga la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y se propusieron modernizar y dotar los estudios artísticos de una estructura organizativa y moderna que respondiera a la sociedad de aquel momento.

Lo cierto es que toparon con un monarca, Carlos III, que desde su llegada al trono estuvo más que dispuesto en apostar por el arte y la ciencia, con ejemplos como la Sociedad de Amigos del País o, mucho más significativo, el Gabinete de Historia Natural que se convertirá en nuestro futuro baluarte nacional, el Museo del Prado. Además, por una Pragmática, el monarca expulsa sin contemplaciones a los jesuitas -no me imagino a nuestro actual Rey expulsando a la orden de los benedictinos del Valle de los Caídos-, lo que le vino muy bien a la recién nacida Academia para instalarse precisamente en las tres aulas que estos ocupaban en la Universidad de la Nau y que la Academia «recupera» para esta muestra.

San Carlos se centró en las tres bellas artes, principalmente. Esto es, la pintura, con los ejemplos muy bien elegidos por parte de los comisarios, Román de la Calle y Manuel Muñoz, del autorretrato de José Vergara o el óleo de Vicente López; la escultura en yeso patinado o en escayola de José Puchol o Joaquín Llop, respectivamente; y la arquitectura, con los alzados de Mínguez Rotonda o los planos de Gerónimo Martín. En este sentido, la importante colección de planos de arquitectura con los que cuenta la Academia no son sino el reflejo de esa modernización que imprimió en la sociedad valenciana de finales de 1700 rompiendo la inercia de considerar a los arquitectos como maestros de obra y «elevándolos» a la categoría de arquitecto. Y si bien no está representado en el óleo de Antonio de Villanueva en su Alegoría de las tres Nobles Artes porque el grabado no lo era, no podemos dejar de admirar el realizado por Esteve Vilella, con inimaginables gamas de grises. Una exquisitez.

Finalmente, esa capacidad de adaptación y de dar respuesta por parte de la institución a la estructura artesanal e industrial se refleja en la aguada Modelo para tejer, de Benito Espinós. València, tierra de tejidos, de sedas y brocados durante siglos, la Academia crea una cátedra de dibujos de flores para tejidos, e incluye también esa temática en su colección.

El itinerario expositivo de obras clásicas se interrumpe abruptamente y el espectador se encuentra en pleno siglo XXI. Es un tanto temerario como montaje, pero admitimos que es audaz y responde plenamente al título de la muestra, «De Ayer a Hoy». La pregunta, sin embargo, sigue estando presente, ¿tiene cabida la Academia hoy en día? Por lo -poco- que sabemos malvive con unos presupuestos exiguos a pesar de su importante patrimonio, lo que nos lleva a pensar que nuestros ilustres próceres no apuestan por ella. Ciertamente, ya no tiene esa preceptiva consulta de hace tres siglos ni organiza y sistematiza la enseñanza artística. No obstante, disfrutando con algunas de estas obras -las dramáticas a la vez que tiernas fotografías de Collado, el dibujo de Joan Cardells, el minimalismo de las esculturas de Amparo Carbonell, el extraordinario e irreal colorido de Yturralde, el onírico y conceptual universo de Carmen Calvo, entre otros- nos damos cuenta de algo fundamental y es que la Academia está sustentando y defendiendo unos estándares artísticos que otras instituciones públicas con muchísimo más presupuesto han dejado de cultivar como respuesta, suponemos, a unos planteamientos más populistas.

La respuesta, con todo, nos la dan los mismos artistas que exponen en esta muestra y que, además, por indiscutibles méritos, son académicos. Si ellos apuestan por la Academia, si todavía creen que esta veterana institución vale la pena, si en lugar de dejar que los comisarios expongan alguna de las magníficas obras de la colección deciden, por el contrario, incorporar una de sus últimas creaciones actualizando, de este modo, la colección, entonces es que la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos sigue siendo igual de necesaria que siempre lo ha sido.

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